La Mano, Las Mejillas y un plato de Bolognesa (Sasha)

Hicimos el trayecto en calma y escuchando algo de Foo Fighters, reímos un par de veces por las ocurrencias o por el tipo del acordeón que tocaba en una esquina cerca de un semáforo, era curioso sentir como las cosas fluían de forma tan natural, tanto así que cuando ambos reparamos en el camino, ya estábamos frente al restaurant italiano; estacioné la camioneta y bajé a abrir la portezuela a mi copiloto, que llevaba a la cita oficial de mi mano: sus mejillas, con nosotros -hemos llegado- le miré los ojos un momento y volví a pasarle la mano por la cintura, comenzando a encaminarnos al acceso del local.

-Eso veo -le dije mientras caminábamos hacia el local- Espero que sí sea bueno como dices -le incriminé con tono juguetón.

Reímos en voz alta y subimos los peldaños mirándonos de vez en vez. El local no estaba lleno completamente, por lo que encontramos mesa con facilidad y esperamos a la carta. La decoración del lugar era sobria, aunque no insípida; era una perfecta combinación de sobriedad que exaltaba lo que necesitaba ser exaltado. Una flor y una vela decoraban el centro de la mesa. No pude evitar empezar a jugar con la flor entre mis manos.

-Quisiera saber algo de tí -le dije, mirándole a los ojos- Eso como entrada, antes del plato fuerte -dije y reí sofocadamente. No debía hacer escándalos como ése en lugares públicos [xD]

Me había quedado mirando la forma en que jugaba con la flor, eso me decía que estaba nerviosa... quizá expectante, enarqué la ceja cuando escuché sus palabras -¿o sea que ese era el punto de intriga, no es así?- inquirí sonriéndole -dime que es lo que quieres saber y la mano pone en garantía su existencia por la honestidad de mis palabras- concluí en un tono de solemnidad que terminó quebrándose por una risilla nerviosa que tuvo a bien delatar mi propia ansiedad.

-Punto de intriga... Sí, es parte de ello, supongo.

Miré al techo, buscando una manera adecuada de comenzar. Mordí mi labio inconscientemente, pues no sabía realmente por dónde empezar. Además, prefería que la conversación llevara su propio ritmo, como algo natural. Como había sido todo desde que había comenzado.

-¿Ya llegamos a tu punto de intriga también o andamos lejos de éste? -le pregunté.

De nuevo empecé a juguetear con la flor, aunque hice un esfuerzo para vencer mis nervios y miré a Drew a los ojos.

-Hmmm... debo reconocer que mi punto de intriga ha sido medio resuelto, o por lo menos eso cree la mano que obtuvo su cena con tus mejillas- reí para mí mismo negando levemente con la cabeza -aunque aún hay muchas otras cosas que quiero descubrir- apoyé mis brazos sobre la orilla de la mesa y entrelacé mis manos, apoyando el rostro sobre ellas.

Una mesera se acercó a llevarnos las cartas, con la servicial promesa de volver a levantar la orden y estar a nuestra disposición... ¿habría sido demasiado pedirle que desapareciera del planeta y no volviera a interrumpirnos? eso habría sido demasiado rudo de mi parte, respiré profundamente para desechar ese pensamiento y extendí una de mis manos para tomar la mano de Sasha, que aún estaba jugando distraídamente con la flor de la mesa -es bonita... pero creo que jamás podría igualarte- le busqué la mirada y agregué -tan solo la intensidad de su rojo, no se aproxima un poco al rosado de tus mejillas- y ahora me sentía como romancero barato... no era un secreto que Zimmerman me gusta, pero para mi gusto eso había sido demasiada miel.

-Gracias -le respondí, ahora sonrojándome más- Y mi punto de intriga está a medio irse.

Me había divertido su expresión al ver la mesera venir, parecía que Drew era como un libro abierto, fácil de leer. Sonreí antes de proseguir.

-Bueno... Mi punto de intriga tiene ganas de terminar de desaparecer -dije en tono bromista- Así que... Empecemos. ¿Edad? ¿De dónde vienes, a dónde vas, qué piensas de la vida?

Reí alto por mis propias preguntas, parecía más un test psicológico que una cita real. Meneé la cabeza, sintiéndome ridícula por preguntar esas cosas. Era cierto que quería saberlas, pero... ¿Acaso no aprendería a decir las cosas más adornadas?

-Creo que será necesario darle un poco de satisfacción a tu punto de intriga... antes de que decida huir por proscenio- aspiré profundamente y exhalé con calma -tengo veintiún años, nací en Washington DC el 30 de abril de 1987- vi volver a la mesera llevando una jarra de agua fresca, nos sirvió una copa de agua a cada uno y volvió a marcharse, al ver que ni siquiera habíamos tocado las cartas -voy a dónde me lleva el destino... o como en esta noche, a cumplir los caprichos de mi mano derecha- bebí un poco de agua y volví a centrar la mirada en ella -la vida no es más que un enorme ramo de muchas flores distintas, sólo hay que saber dónde mirarlo para ir hacia la flor que más te llame... está llena de azar y nos da la opción de elegir los caminos que vamos a seguir- miré de reojo hacia un costado y luego regresé la mirada a sus ojos -y creo que esta noche no voy a ponerme filosófico... si no créeme... no tendríamos para cuando terminar con esta conversación, lo cuál nos dejaría a ambos sin cenar- tomé su carta y volví a ofrecérsela.

-La filosofía es interesante -comenté mientras tomaba la carta que me alargaba.

Miré cuidadosamente los platos de la carta. Había lasagnas, spaghettis, ravioles y más que sonaban tentadores. Aunque normalmente habría pedido una lasagna con espinaca y pollo, hoy no sentía ganas de lasagna. Hoy tenía ganas de comerme un plato de spaghettis con salsa bolognesa, que fue lo que terminé señalando a la mesera que había vuelto al vernos ojear las cartas.

-Pediré un plato de spaghettis con salsa bolognesa -dije a la mesera, deseando que se fuera rápido.

Drew, suponía que querría saber más de mi. Total, así es como mejor comprendes a alguien: Conociendo su historia, y yo no era tan fácil de entender. Tal vez me hubiera desenredado en los últimos dos años, pero aún seguía siendo un tipo de freak entre los humanos.

-Ravioli Bolognesa y una botella de Casillero del Diablo para acompañar- agreguè ràpidamente, un mensaje que la mesera interpretò màs que ràpido, pues saliò disparada alejàndose de la mesa una vez anotò los pedidos.

Volvì la mirada hacia ella, fijándola en sus pupilas -¡y què hay sobre tì?- le dediqué una mirada juguetona -Edad, de dónde vienes, a donde vas, qué te significa la vida y... ¿de dónde heredaste ese simpático hoyuelo sonriente?- reí un poco y bajé la mirada algo apenado, había pasado demasiado tiempo mirándole el rostro y estaba casi seguro del número de pecas entre su nariz y pómulos, eso me hizo preguntarme ¿hacía cuánto tiempo que le prestaba tanta atención a Sasha Zimmerman?

Reí al oírlo repetir casi las mismas preguntas que le había hecho a él. Sus ojos no abandonaban mi cara, ni siquiera mientras hacía el pedido y eso me intimidaba pero me placía a la vez. Era extraño que alguien me pusiera tanta atención a mí, el patito feo de todas partes -pues así había sido siempre-, a mí, la simple y llana Sasha Zimmerman.

-Bueno... -empecé al ver como la mesera retiraba definitivamente la mirada de la mesa- Nací el 16 de Abril de 1988 en Forks... Un pueblito a un par de horas de Seattle -le dije, por darle más indicaciones. Dudaba que conociera el pueblo- Aunque me crié al otro lado del país, en Belleville, un pueblo en New Jersey. Vine de Forks, voy a nosédónde -hice una pausa y reí- Y el hoyuelo, creo que viene de mi abuela.

En la última palabra mi voz se quebró. Estaba haciendo un esfuerzo descomunal por no empezar a lloriquear y tartamudear por el recién redescubierto luto por mi familia. Se suponía que había superado todo eso, pero andaba algo sentimentalista últimamente. Sonreí como para componer el error.

-Ah, la vida... Creo que es una autopista con miles de ramificaciones que se construyen a medida que las vas necesitando -concluí al recordar el último punto de Drew.

-Forks... hace años que no estoy por ahí- comenté rememorando el tiempo que a mi padre le dio por ir de pesca a Olympia e ineludiblemente parábamos en Forks para el desayuno, luego la idea fue reemplazada por un sonoro ¡También cumple años en abril! que rebotó por toda mi cabeza como eco de un grito en el gran cañón -¿te diste cuenta? durante dos cortas semanas al año tenemos la misma edad... luego me hago más sabio- reí por la expresión que había elegido y busqué su mano con una de las mías; parecía ser un buen comienzo.

-Sí, de eso me acabo de dar cuenta -le respondí, entrelazando mis dedos con los suyos.

Sonreí antes de alzar la mirada hacia él. Podría perderme en sus ojos por horas, y horas... Y horas. No era una persona con la que una se llegara a aburrir fácilmente: Hasta ahora, yo no me había aburrido.

-¿Sabio? -pregunté, enarcando una ceja- Sí, claro -añadí en tono sarcástico- Aunque a la larga, dos semanas más, dos semanas menos, no quitan nada, ¿no crees?

-Son sólo catorce días más que corren- me encogí de hombros restándole un poco de importancia -y sí, me vuelvo un año más sabio... eso de hacerme viejo no me va- no pude evitar reirme luego de decir aquello -aunque es un buen pretexto para hacer un evento largo- dije en voz baja, usando tono de confesión.

De nuevo, nuestra entrometida amiga la mesera volvió a aparecer llevando el vino que sirvió en las dos copas que teníamos al frente de nosotros y aunque me negaba a soltar su mano, no me quedó más opción que hacerlo cuando la mujer por poco le tira el vino encima... sí, en parte culpa nuestra, pero debía fijarse para hacer las cosas -mi mano dice que se lo está pasando extraordinariamente bien- le murmuré bajito en cuanto la mesonera se fue roja de vergüenza.

-¿Ah, sí? -pregunté, levantando una ceja- ¿Qué clase de evento querrías? -le pregunté sonriendo.

Antes de obtener mi respuesta, la mesera volvía a nosotros con la botella de vino. Muy a mi pesar, tuvimos que soltar nuestras manos: La mesera casi riega el vino encima mío. Acto seguido, sirvió en el par de copas y se alejó, murmurando una disculpa rápida.

-Lo mismo dicen mis mejillas -respondí, ligeramente sonrojada.

Ahora, esperaba la respuesta a mi primera pregunta. ¿Qué le gustaría a él para los cumpleaños? No habría sido malo hacerle algo bonito y a su gusto.

-¿Qué te gusta hacer para los cumpleaños?

Enarqué la ceja en tono pensativo -no lo sé... un paseo, o quizá diferentes cosas para cada día, las posibilidades son infinitas- resoplé con fingida congoja -aunque por tratarse también de tu cumpleaños... buscaría algo realmente especial- agregué, buscando nuevamente su mano con la mía... esperaba que la mesera no volviera a interrumpirnos en un buen rato.

Le sostuve la mirada un momento más -me alegra que las mejillas se la estén pasando tan bien como la mano... aquí entre nos, va a estar insoportable de aquí a mañana, pavoneándose de que las mejillas le aceptaron la cita- le guiñé un ojo y le sonreí -pero dime Sasha... ¿hay algo más que tu punto de intriga quiera abordar, antes de que nos interrumpa de nuevo la mesera o bien decida finalmente escaparse y dejar a tus inocentes mejillas a merced de esta mano ladina- mientas decía eso último, ocupé mi mano libre para extenderla y volver a rozarle el rostro con el dorso... ¡era tan suave!

Cerré los ojos al sentir su piel en contacto con la mía. Era más fácil concentrarme en la textura de su piel, en la suavidad que ponía en cada roce si no estaba distraída mirando su cara. Respiré hondo y abrí los ojos antes de empezar a hablar.

-Ya depende qué quieras contarme de tí -concluí- Y mientras eso, mis inocentes mejillas podrían quedar a merced de esa mano ladina

Reí ante el comentario. Cualquiera que nos oyera hablar de esa manera pensaría que estábamos locos de atar y encerrar en la última estancia acolchada del manicomio.

-No hay mucho que contar- respondí a media voz, deleitándome aún en el roce de su piel con la mía, era algo simplemente indescriptible... como si el mundo estuviera en el sitio indicado en ese momento y nada pudiera salir mal -soy un tipo cualquiera, que vino a estudiar a la UCS porque no encontró una manera de llegar más lejos- ¿o quizá había sido porque había olvidado mandar varias solicitudes para irme por ejemplo al otro lado del país? -amante de la medicina, practicante de LaCrosse y buscador de experiencias nuevas- giré la mano para cubrir con la extensión de mi palma su mejilla, ahora un tanto más enrojecida que al principio -un tipo cualquiera que pasó de ser un pobre diablo, a sentirse el hombre más afortunado del mundo en tan sólo un par de minutos- confesé un poco avergonzado y sintiendo como se me enrojecía la cara.

El aire que tenía en los pulmones abandonó su lugar al oír la última frase de golpe. Drew estaba sonrojado, tanto como yo. Eso era más de lo que podría soportar, era simplemente... Increíble, todo esto era increíble. "Un pobre diablo," ¡por favor! Él jamás podría llegar a ser un diablo, era demasiado angelical para eso. "Es en sentido figurado," me dijo una vocecita en mi cabeza. Vocecita que mandé callar de inmediato.

-Amante de la medicina... Tenemos eso en común -atiné a expresar, antes de la confesión subsecuente- Así como pasar de sentirse mísero a genial... Eso también está en común.

Sonreí, a pesar del sonrojo que sentía ahora en mi piel.

-Estás hermosa- articulé sin llegar a emitir sonido alguno y luego desvié el rostro, no estaba muy acostumbrado a descubrirme de aquella manera pero algo dentro de mí decía que en este caso, valía la pena arriesgarse a ser honesto y abrirse -¿hay algo que tú quieras compartir conmigo? mejor dicho, que las mejillas quieran compartirle a la mano ladina- reí bajo y respiré profundamente para hacer bajar el sonrojo en mi cara; volví a mirarla al tiempo que retiraba mi mano y me perdía una vez más en sus ojos.

Pude leer sus labios. Me sonrojé, aunque mantuve la mirada fija en su rostro, que ahora miraba al suelo. Retiró su mano, aunque esto se vió compensado con sus ojos. Podría perderme en esos ojos por siempre, sin que nada más importase en éste mundo. Con una leve sacudida de cabeza volví a la realidad y sonreí.

-Dime qué quiere saber la mano ladina -le pedí- Mis mejillas no son buenas leyendo las intrincadas mentes de esas manos ladinas -dije ahora medio en broma y con una risa baja, expectante.

Levanté mi mano derecha, llevándola hasta el oído y asentí un par de veces... como si la mano estuviera hablándome y después la volví al sitio en que estaba antes -la mano ladina dice que quiere saber todo aquello que las mejillas puedan y quieran contarle es bienvenido- ahora el que jugueteaba con la flor distraídamente era yo, estaba ansioso, quería saber de ella, mucho más... aunque en realidad ahora no sabía gran cosa, salvo que tendría algo importante que pensar de aquí al dieciséis de abril.

Empecé a reír a medida que veía su dramatización con la mano. Era realmente divertido, no podría evitar la risa entonces.

-Las mejillas quieren ser sinceras, pero no saben por dónde empezar -admití, sonriendo- Entonces, ellas quieren que la mano pregunte. De todas maneras, van a responder con nada más que la verdad.

Tomé la copa de vino y tomé un poco de éste. Excelente elección, excelente compañía, excelente noche. ¿Se necesitaba algo más?

Miré a la mano arqueando la ceja y tamborileé los dedos sobre la mesa -la mano está un poco impaciente... dice que quiere saber esa historia aún cuando sea larga, que la noche es joven y a eso agrego yo... que aún no nos han traído la cena, así que tenemos tiempo- le sonreí de medio lado; levanté mi copa y brindé hacia ella, bebiendo un trago no muy largo, pero tampoco corto y volví a ponerla sobre la mesa, buscando de nuevo su mano con la mía.

-Vale...

Torcí el gesto y bebí más vino. No es que me incomodara hablar de mi historia, pero no me agradaría mucho el ponerme a llorar como niña pequeña al hablar de mis padres y hermanos. No sería agradable, no sería bonito y me sentiría tan desamparada como cuando rompí el violín contra la pared tras escuchar la noticia. Suspiré.

-Mi historia no es bonita ni mucho menos -empecé, retorciéndome las manos. No sabía que tal iba a tomar mi reacción, pues aunque intentara atenuarla, aún así me vería medio loca. Medio rara- Bueno, al menos la última parte va mejorando -admití, cabizbaja- Como te dije, nací el 16 de Abril de 1988 en Forks, aunque me crié en Belleville. Cuando mi abuela se mudó a New York, solía quedarme con ella, sobretodo desde que pude conducir pues necesitaba que alguien la llevara y trajera a hacer sus cosas, y claro, yo lo hacía. En mi familia solíamos ser 5 personas: Mamá, papá, Jenn, Stu; mis hermanos pequeños; y yo. La abuela era un extra, aunque también se podría contar en ese grupo. Un día antes de un cumpleaños de Jenn, cuando yo ya tenía 16 años, decidí quedarme en casa de la abuela, ya que al día siguiente tenía audición en una escuela de música... Sí, hasta entonces había considerado hacer primero un curso en música, y me iba a presentar con el violín. Había quedado de llevar a la abuela después de la audición a nuestra casa, para el cumpleaños de Jenn, cosa que no alcanzó a suceder: Murieron en un accidente en la autopista.

Mi gesto estaba ya descompuesto, mi voz se había quebrado. No sería capaz de hablar mucho más de seguir así, y claro, sentí las traicioneras lágrimas bajar por mis mejillas. Quise esconderlas con desesperación, no quería que Drew pensara que lloraba y que me había hecho sentir mal. Eso era parte de mí, el hablar de mi familia me ponía así. Respiré profundo, tratando no empezar a sollozar y quejarme en voz alta, para continuar.

-Entonces, rompí el violín, literalmente. Fué mi manera de desahogarme al respecto, nunca llegué a entender porqué lo había hecho, pero tampoco me esforcé mucho por empezar de nuevo con el instrumento; fue entonces cuando empecé con la guitarra. Ése instrumento no me recordaba a mi familia, al menos -proseguí y me encogí de hombros, aún con las lágrimas corriendo por mis mejillas- Pronto a mi abuela la diagnosticaron de cáncer, y desde entonces nos mudamos a dónde le prestasen más nuevas alternativas. Ella no quería morir -dije, quebrándoseme la voz- Al menos no como lo hizo.

Me tapé los ojos con una mano, intentando reprimir las lágrimas. Misión imposible, por descontado, pero era lo mínimo que podía intentar. Respiré de nuevo y proseguí:

-Dos años después, murió. Yo ya tenía 18 años y fue entonces, pocas semanas antes de su muerte, que ella pasó a mi nombre sus poseciones: Una casa en Forks, el auto que tengo y sus cuentas bancarias con los ahorros de toda una vida. Ella murió en Chicago, y tan pronto estuvo todo arreglado, me mudé a Forks; eso hace dos años. En el transcurso de su enfermedad decidí estudiar medicina, decidida a impedir que otras personas sufrieran el mismo calvario que yo. Por eso maduré más rápido, por eso nunca parecí de mi edad... Apenas ahora que empiezo a salir del trauma, y eso que aún me afecta -dije, quitando la mano de mis ojos y mirándolo ahora.

Parecía sorprendido, de hecho, todos lo estaban al saber mi historia. Sentía una opresión menos en el pecho, pues consideraba la sinceridad algo escencial y se lo había prometido, de todas maneras. Sonreí melancólicamente y alargué mi mano hacia la suya, entrelazando nuestros dedos.

-Siento que me tengas que ver así -le expliqué, lentamente- Pero creo que es mejor que sepas todo esto.

Consternación... esa era la palabra exacta que definía lo que estaba sintiendo al verla despedazarse de a pocos cuando me contaba su historia; habría sido una total falta de respeto de mi parte interrumpirla, así que me concreté a mirarla mientras escuchaba, por cómo se sentía el aire en mis ojos, podría jurar que los tenía desorbitados ¿cómo alguien así podía haber sufrido tanto? durante los últimos seis años de mi vida había tenido razones suficientes para aborrecer a ese asesino silencioso que se había llevado a mi madre y con ella lo poco que podía considerarse "familia" entre los Brooks, teníamos el mismo motivo para estar en el sitio en que estábamos... estaba convencido de que eso era obra del destino.

Ví, a pesar de sus intentos, como las lágrimas bajaban por sus mejillas y en cuanto me tendió la mano se la tomé, buscando con la otra su rostro, me prometí a mí mismo que no volvería a verla llorar de ese modo, mi misión en adelante, era hacerla sonreir. Limpié algunas lágrimas desbordadas y luego acaricié su rostro -nunca te disculpes por expresar lo que sientes Sasha- le dije a media voz -sólo somos humanos, y muchas veces todo lo que nos queda para recordar quienes somos, es justamente lo que sentimos- le sonreí un poco -no siempre tenemos todo lo que amamos y tendemos a perder lo que nos importa... cosa de la naturaleza- solté su mano y sujeté el otro lado de su rostro, haciéndola centrar en mí la mirada -creo que... cuando aprendemos lo que significa perderlo todo, apostamos fuerte al encontrar un buen motivo de volver a empezar- me levanté un poco sin soltarla y besé cada uno de sus ojos, para luego volver a mi lugar.

Nuestra vieja y conocida amiga la mesera inoportuna por primera vez había hecho la aparición en un momento adecuado, llevando nuestra cena a la mesa.