Fiesta ¿¿¿sorpresa??? /Los Blanc/

Ya no soportaba estar sin él. Me quité por completo el vestido, la pista ya habia cambiado, y le sonreí maliciosa tambien. Con el control remoto subi todo el volumen, amaba esa canción.
-Puedes cantar si quieres- me rei y comenzé a besar su cuello. Con delicadeza busqué la forma de deshacerme de su ropa. No dejaba de mirarlo, con los años, él seguia perfecto, lo amaba locamente.
Canté un poco de vez en cuando, pero el besar sus labios me desviaba de cualquier otra acción.
-Te extraño muchisimo ¿Donde carajos haz estado??- lo besé de nuevo con más pasión que antes

La observé explayado mientras ella le subía a la canción. Me puse a cantar, era mi canción favorita. Sentí sus labios sobre mi gélida piel y no pude más, me olvide de la canción y me dediqué a contemplarla. No metí las manos era su juguete, su esclavo y lo sabia muy bien.
Cantamos juntos por unos momentos mientras le devolvía uno que otro beso. Y cuando escuché su voz apenas y pude articular palabras debido a sus caricias que me tenían embelesado.
Después de que ese beso me sorprendió y que disfrute se sobremanera, acariciaba su rostro con una delicadeza para mirarla a los ojos:
- Je t'aime mon amour, me haces mucha falta, deseo hacerte el amor.

El efecto de sus palabras en mi cuerpo no tenia sentido, me enloquecia, y él lo sabia, comenzé a buscar desesperada la manera de despojarlo de su ropa. Lo hice mucho mas rapido de lo planeado. Nuestras pieles pálidas hacian juego a la perfección. Mis manos viajaron por la exactitud de su cuerpo, comenzé a besar su cuello de nuevo y bajé lentamente hasta su dorso. Recordé la ultima vez que habiamos estado juntos, y eso ya tenia mucho tiempo, me puse mas ansiosa, no podia mas.

Mis labios frios recorrieron su cuerpo, besé hasta su sombra, me tenia cautivada, y el hecho de que no metiera las manos me ponia más frenética. Mordí ligeramente sus labios, esperando no sangrarlo esta vez, aunque el aroma de su sangre fria recorriendo sus venas era cautivador.

Viajé hasta sus manos, en la cabecera de la cama habia un par de esposas, las abrí y el ligero sonido de estas invadió la habitación, miré sus ojos, el choque de emociones que se unia al vernos era inigualable, comenzaba a dudar que una pareja se amara tanto como nosotros.

Puse las esposas en sus manos, sabia que él podia romperlas con facilidad, pero por ahora no lo haria, era parte del juego... y él disfrutaba el juego, lo veia en sus ojos.

Preso entre sus brazos estaba con ella, no podía moverme, no quería moverme deseaba que ella me tuviera como quisiera. Aunque sabia que en algún momento saldría de mis cabales para hacerla mía. Sus labios me cautivaban y pedía que no me dejaran, fríos y a la vez suaves. Su aroma lo tenía impregnado en mi cuerpo. Esposado, prisionero de la mujer que amaba, la miraba enamorado, como la primera vez que la vi en aquel teatro cuando tocaba el piano.

Mi cuerpo comenzó a resbalarse encima del suyo, eran dos piedras tallándose, por momentos era doloroso, pero la sensacion era inigualable.
Mis labios no aguantaron el aroma de su sangre, me acerqué a su cuello e hize una pequeña herida, una herida que no le dejaria marca, el liquido oscuro comenzó a derramarse, lamí la herida y mis ojos brillaron con suma intensidad, lo miré deseosa y un tanto temerosa, no me gustaba del todo herirlo, pero mi cuerpo reaccionaba a eso de manera enloquecedora.

Llevé mi muñeca a mis labios, hize otra pequeña herida y dejé caer unas gotas de mi sangre en sus labios, después lo besé y el sabor de nuestra sangre se combinó.

Mis manos comenzaron a juguetear con su cuerpo, miré como éste reaccionaba a mis caricias, me puse sobre su cuerpo y me acomodé de tal manera que en un segundo fuimos una sola persona, me quedé quieta y de nuevo fui al lugar de donde emanaba su sangre, succioné un poco, y después limpié mi boca, comenzé a moverme ligeramente, cerré los ojos.

Su cuerpo era como un lienzo de mármol que producía en mí ser una sensación inexplicable llena de placer. Estremecí al sentir su boca haciendo una herida en mi cuello, la sangre brotó y mi propio olor corrió por aquella habitación que era una prisión de deseos. Sentí su elixir en mis labios los relamí, no me podía mover por las esposas, quería hacerlo, quería tocarla y no podía, creí por un momento que iba a explotar. Me mordí los labios para apagar el estremecimiento y el alarido que iban de la mano. Su cuerpo era como una escultura de una pieza preciosa. La miré a los ojos estaba a punto de desfallecer del placer que me estaba dando, unidos como lo estaríamos siempre.