. . : : Opening Doors, Windows and even Souls (Lucian) : : . .

Se sintió sorprendido pero agusto de saber que la persona que más adoraba estaba de acuerdo con él. Escuchar cuán poco le importaba ya la opinión del mundo, que incluso los dos ángeles que les iluminaban estaban de acuerdo con el amor sacro que se profesaban... Se quedó pasmado mirándole mientras sus oídos le ponían plena atención a sus palabras, inmerso en el sueño más delicioso que tuviese en su vida... un sueño del cual no le harían salir por ser la más hermosa de las realidades.

Lo que le pillaría aún más desprevenido fue la noticia de que no volvería al Castillo Peregrino... ¿Qué podía planear Metztli como para evitarle retornar a casa, a continuar la farsa una última ocasión antes de correr el telón y mostrarse tal cual era? Las ideas que amenazaban con circular por su cabeza se desvanecieron en un segundo cuando su Dama Luna le apresó con un pasional beso.

Aquella específica muestra del vínculo que compartían lució, para el milenario cambiaformas, plagada de un tornado de emociones, de ansias, de deseo, de dicha, de fortaleza, de intensidad. El poder del amor de ambos se desbordó e inhundó la habitación con un aura resplandeciente como el sol mismo, congelando la imagen y las sensaciones en la cabeza de ambos por el resto de sus días.

Se alejó después de un prolongadísimo lapso, con una expresión pícara en el rostro, dedicando un momento más a besar cada centímetro del cuello de Metztli, con su cálido aliento rozando la cobriza piel de su amante. Por fin decidió mirarla, pero atrayéndola hacia él tanto como fue posible, apenas suficientemente lejos como para poder hablar sin caer víctima de la tentación que representaba su Dama Luna.

-¿Puedo saber que traes entra manos, mi hermosa y divina Metztli?- preguntó acercándose a su oreja, susurrando con el matiz de seducción más elevado que consiguió encontrar en lo profundo de su inexperta persona. Sujetó una de las manos de su eterna compañera y llevo el dorso de la misma hasta sus labios- No es que tenga algo mejor que hacer, pero la curiosidad felina que despertaste en mí no me dejará tranquilo

Nadie en siglos le había visto sonreir de aquella manera tan extraña. La mitad de él estaba congelada, no sabía qué hacer, qué decir o como hablar; la otra mitad deseaba estar con ella toda la noche, mantenerse tan próximos como las limitantes físicas fueran posibles... Despegó los labios para pronunciar algo...

-Metztli... Metztli... yo te amo- dijo al fin tartamudeando, sin explicarse la razón. Los sentimientos le sobrepasaban, la cabeza fría de siempre parecía dubitativa por un segundo... Llevó la mano que sujetaba hasta su pecho, como ella misma hiciera alguna vez- Parece un caballo desbocado, jamás me había pasado- bromeó alegremente, esperando a que ello le ayudara a aminorar la descarga de nervios oprimiéndole justo en esos instantes tan significativos e importantes no sólo para él, sino para ambos.

El palpitar de ambos, contrario a lo que imagino en un primer momento, parecía estar en perfecta sincronía. No resultaba verosímil para su mente calculadora que siempre se encontraba en busca de respuestas hasta a los más insignificantes misterios del cosmos. Sin embargo, si algo había aprendido a plenitud era que, en el mundo de la locura y el amor, nada tenía porque ser lógico, incluso... nada era lógico la mayoría de las veces... no en el ensueño que, para su suerte, vivía con extrema fuerza.

Sujetó tiernamente por las muñecas a su Dama Luna mientras ella le alejaba del fulgor de la lámpara nocturna. Echó un último vistazo a las estrellas para despedirse de todas las que centelleaban para ambos esa precisa noche tan especial para los dos. Apostaba la mitad de su vida a que serían unos momentos tan fascinantes que aunque muriese sería incapaz de olvidar... la naturaleza se encargaría de darle vida a esos minutos, a esas horas, hasta que los dioses desearan.

Las llamas en la chimenea danzaban rítmicamente, emitiendo chispas ocasionalmente y un tronido característico de la madera quemándose. El aroma se mezclaba con los remanentes de la comida que disfrutasen; un toque de chocolate aquí, otro más de cereza... un éxtasis para el olfato tan desarrollado del milenario cambiaformas.

Inspiró, cerca del cabello de Metztli, aquel del cual no se cansaba de robar su esencia una y otra vez. Se embriago hasta quedar perdido en esa dichosa fragancia. A pesar de encontrarse en otra dimensión, su oído puso completa atención a las palabras que le dedicara su Dama Luna. Buscó con desesperación los labios que tanto disfrutaba y disfrutaría por el resto de la eternidad, besándoles con apremio una y otra ocasión... perdiendo la cuenta en la quinta repetición, pero no por ello la intensidad y los deseos de grabarlos en su alma para llevarlse a donde sea que tuvieseque ir.

-Bueno, dado que no lo habías mencionado por poco lo olvido- dijo cerrando los ojos una fracción de segundo, dibujando la más radiante sonrisa que Metztli le conociera en su toda la historia juntos.

Creyó que había llegado el momento de entregar su más valiosa poseción a la ahora dueña de su espíritu, de su ser. Respiró hondo, mientras, con delicadeza, se incorporaba sobre el cómodo sillón. Agachó la cabeza y llevó sus manos al cuello. Aguardó unos instantes, dubitativo, sin saber con presición si era lo más correcto.

-Tengo un regalo para tí- declaró con un poco de timidez en la voz- Espero que sea de tu agrado... o al menos que no me partas la cabeza con él- bromeó para darse algo de ánimos y proseguir con su cometido.

Sujetó entre sus blancos dedos la fina joya que portaba con orgullo desde hacía casi un milenio. Tragó saliva ruidosamente, parpadeando un par de ocasiones. Fijó la mirada en los ojos color avellana de su Dama Luna, retomando el hechizo de energía que le provocaba. Con una sonrisa, volvió a hablar.

-Ha estado conmigo los últimos mil años, prácticamente no me he separado de ella. Es el recuerdo que me mantuvo vivo, una promesa de amor que hice- dio un beso al collar con la esmeralda en el centro- Ahora esa promesa de amor es tuya, te entrego lo que soy, símbolicamente, en este humilde trozo de metal. Sé que no está a la altura de una hermosa dama como tú, pero es lo que más había valido para mí en la eternidad de dolor que pasé, significa la alegría del día, la belleza de la noche, la majestad del sol y el dulce halo de la Luna; significa que seré tuyo por siempre, tal como hasta ahora.

Su voz se perdió en un susurro casi imperceptible, lleno de un sentimentalismo que jamás se había permitido aflorar, no en presencia de alguien más. Extendió su mano hasta Metztli, sosteniendo el pendiente con esperanza, con el deseo de que aceptara la única forma material que le diera luz en las tinieblas de su alma.