Lord Lucian se había ausentado del continente por mucho tiempo. Usualmente, me limitaba a mantenerme en mi trabajo, sin embargo, no tenía ninguna asignación que poder llevar a cabo. Además, sin un líder bien establecido, la base era un desastre, un caos absoluto reinaba en la Sección Quince de nuestra pequeña organización.
Así pues, viendo la anarquía con la cual actuaba el resto del equipo, decidí, por una vez en mi nueva vida, romper un poco las reglas y salir a deambular por las calles de Port Angeles, la ciudad en los alrededores de nuestro centro de operaciones.
Mis pisadas produjeron un característico eco al producirse sobre el metal de la habitación en la que trabajaba. Estiré mis brazos, desperezándome un poco, quitándome el aturdimiento de no hacer nada productivo por largo tiempo. Di un profundo respiro, mirando a través de mis gafas el ascensor que me conduciría hasta la superficie. Titubeé sólo un par de instantes, para ir ahí totalmente desenfadado y de excelente humor.
Fue cuestión de minutos antes de ubicarme frente al estacionamiento del fuerte: ahí radicaba la parte más complicada del plan, en llevarme prestado un vehículo sin ser descubierto. Por fortuna, el anciano estaba dormido, quizás muerto, algunos estaban fuera. Eché un vistazo al llavero y sólo se encontraban las del Zonda. Con plena alegría, sonreí a causa de mi buena suerte.
El motor del auto emitió un poderoso sonido que al instante me dio a entender sus deseos: cabalgar por las llanuras de asfalto en Port Angeles. El día, parcialmente nublado, con un clima templado y un verdor en el horizonte un tanto abrumante, parecía ser adecuado para tentar mi destino.
Seguir el mapa mental que ya tenía trazado para mi recorrido fue de lo más sencillo. Mis objetivos estaba bien claros, había dispuesto de suficiente tiempo para meditar que haría una vez fuera de mi prisión. Aceleré casi al límite únicamente cuando los policías no vigilaban, pues ser detectado e infraccionado no suponía algo muy inteligente.
El bullicio de la civilización, el olor de la ciudad, el vaivén de las personas, todo aquello que extrañaba fue percibido por mis oídos con tanto agrado que deseé, por un minuto, dejar mi vida anterior para reincorporarme a la sociedad. No obstante, sabía a la perfección lo imposible que ello era. Despacio, gozando de mi temporal libertad, estacioné el vehículo en una calle poco transitada.
-Ya necesitaba algo así- murmuré pasando los brazos por detrás de mi cabeza, dibujando una expresión por demás placentera en mi rostro, casi quedándome dormido justamente ahí.