No estoy cansada... (Irene)

Rebeldía, ¿qué sería yo sin ti?, me pregunté.
Había "escapado" de casa otra vez. Quería conocer mejor el lugar, y eso era imposible cuando debía cuidar de alguien apenas dos años menor que yo que ya podía valerse por si misma. Pero hacer entrar en razón a mis padres era más dificil y aburrido que escaparse.

Recorrí Forks en mi motocicleta y luego continué aún más lejos, hacia La Push. Pero me detuve a mitad de camino, ya que vi a una joven ¿descansando? en uno de los árboles.
Dejé la moto a un costado y me acerqué a ella.

Observé a aquella joven, curiosa y a la vez con un poco de envidia.
-Tenía curiosidad... -respondí, restándole importancia-. Es la primera vez que veo a alguien tan cómodo en medio de la naturaleza.
La situación era algo incómoda, mas no sabía como mejorarla.

-Si te molesté... -comencé, mirando el suelo. Lo siento, pero así es la vida completé en mi mente. Lo social no era mi fuerte, y lo sería menos si decía todo lo que pensaba, pero intenté sonar apenada.

Suspiré. Al parecer mi metida de pata no había sido tan grave.
-Acabo de mudarme a Forks y... -permanecí callada unos segundos mientras pensaba bien mi respuesta-. Estaba aburrida de ver pasar a los autos por enfrente de la casa y no conocía a nadie como para conversar un rato, así que me escapé y salí a recorrer la ruta.

Lo expliqué como si fuera algo normal escaparse de casa cada vez que uno quisiera, pero había formado parte de mi rutina semanal en San Francisco y ya lo veía como natural.

-Ni siquiera ha pasado una bicicleta por la ruta, pero ya encontraré algo divertido por aquí.
Apoyé mi espalda contra el tronco de un árbol y suspiré.
Según lo que me habían contado, el jefe de la policía de Forks odiaba las motos. Molestarlo podría ser uno de mis pasatiempos, aunque corría el riesgo de perder unos cuantos dólares en multas y hasta a mi querida Yamaha. Hablando de ella...

-Es una Yamaha YBR -señalé mi motocicleta de color azul-. La compré cuando cumplí los 16. ¿Te gusta?

-Me alegro de que te guste -sonreí.
Era bastante dificil encontrar a alguien a quien también le gustaran las motos. La mayor parte de la gente que había conocido creía que eran una pérdida de tiempo suicida, pero ninguna de ellas había visto lo que yo en las carreras de motos.

-Me llamo Irene. ¿Y tú?
Esperé su respuesta, curiosa. Aquella joven comenzaba a caerme bien.

-Natalie.. Bonito nombre -murmuré.

Reí por lo bajo al escuchar sus preguntas.¿Escapar, yo, de alguien? Solo del aburrimiento y las obligaciones., me dije.
-Quería conocer mejor el lugar, y demostrarle a mis padres que no necesito estar en San Francisco para conducir a más de cien kilómetros por hora -bromeé-. En realidad, vine por aquí a matar el tiempo, Forks es bastante aburrido.

-No sabría decirte qué opino de la naturaleza, soy una chica de ciudad. Estoy acostumbrada al tráfico y la velocidad; adaptarme a los bosques y la tranquilidad me llevará un rato... -suspiré.
Extrañaba la vida en San Francisco, para mí era una ciudad única... Y también extrañaba a todos los amigos que había conseguido en las carreras. Tenía sus números telefónicos, claro, pero no era lo mismo que verlos en persona.

-Lo admito, me encantaría volver a vivir en San Francisco. Aunque antes podría visitar el bosque y la playa... -dije pensativa. Necesitaba una excusa para quedarme en Forks por un tiempo aunque enloqueciera-. ¿Cuál de los dos lugares me recomiendas?

Traté de contener la risa.
-Ok, lo tendré en cuenta... Aunque, si me llegara a perder, sería mejor encontrar un chico guapo que algún animal hambriento -dije sonriendo.

-¿Cómo es San Francisco? -guardé silencio unos segundos mientras decidía por donde empezar-. Pues es casi como cualquier otra gran ciudad. Edificios altos, mucho tráfico, bastante turismo -enumeré-. Y también están la bahía de San Francisco, los tranvías y el Golden Gate. Desde allí se tiene la mejor vista de la bahía, aunque el puente ya es bello por si solo.

Y pensar que cuando vivía allí apenas le prestaba atención al paisaje, me reproché a mí misma.
-Valió la pena vivir allí, te lo puedo asegurar -agregué.

-Si... -suspiré-. De verdad extraño mi hogar en San Francisco.
No solo la ciudad, también a mis amigos y hasta a los competidores que me habían ganado. Era realmente difícil abandonar todo mi estilo de vida, "bajar un cambio" y dejar de correr.
-Lo único que me molesta es que mis padres me hayan traído aquí, es todo lo opuesto a lo que conocía. Y además ellos quieren que yo cambie, que deje de meterme en problemas. Lo único que conseguirán si siguen así es que me vaya definitivamente de casa -confesé. Ya no podía contener mi ira hacia ellos.
-Lo siento -agregué-, me dejé llevar. Generalmente descargo mi frustración con el primer adulto que intenta que lo obedezca.

-Más bien soy de esas chicas que organizan carreras callejeras con su pandilla y luego se quejan por las multas por exceso de velocidad -reí.
O por los accidentes que sufren, completé en mi mente. La cicatriz que tenía en mi pierna era una clara prueba de los peligros a los que me exponía cada vez que me subía a mi moto.
-Donde sea -respondí a su siguiente pregunta-. Tal vez volvería a San Francisco, con mi pandilla; aunque la parte de vivir bajo un puente se complicaría bastante -bromeé, pensando en el Golden Gate-. Seguramente alguno de ellos se apiadará de mí, o gane el dinero que necesite con apuestas en las carreras, no lo sé. Todavía no planeé bien mi fuga, es sólo una excusa más para intentar soportarlos y no abandonar a mi hermana Livvy -admití.

Asentí con la cabeza. Por culpa de la distancia extrañaba a mi pandilla.
-Sí, especialmente a la hora de escuchar las quejas de mis padres. Ellos debían pagar todas las multas -admití, sonriendo.
Mi actitud rebelde había evitado que trabajara, por suerte, así que mis padres debieron hacerse cargo de mis “gastos laborales”, como solía llamarlos.

-Claro, gracias -acepté el chicle que Natalie me ofreció.
-Generalmente apostamos lo que tenemos en la billetera, cincuenta dólares suele ser el máximo -expliqué-. Pero multiplicado por los ocho o diez que participan en la carrera, más algunos espectadores... Puedes ganar unos 500 dólares fácilmente. Si ganas, claro -agregué-. En mi equipo no había premios para el segundo en llegar a la meta.

-Te enseñaría, pero no creo ser una buena maestra -bromeé.
Sería muy bueno tener una compañera, me había sentido algo sola desde la mudanza. Aunque quizás diferente fuera la palabra adecuada. Todos aquellos que de verdad compartían mi forma de pensar se habían quedado en el pasado, en San Francisco...

-Pues... no he visto muchas carreras de autos, pero es básicamente lo mismo. Podrán variar las pistas y la maniobrabilidad, o como sea que se diga, pero siempre se resume a cruzar la línea de meta antes que los demás. Ah, y las trampas también -agregué-. Pocas veces participé en una competencia justa.
Sonreí ante su entusismo.
-Me alegra que te interese. Y sí, mantenerse en equilibrio a veces es complicado, pero no es lo más difícil. Al menos no lo fue para mí. ¿Quieres que te enseñe? -pregunté.