Afiancé el bolso sobre mi hombro y esperé a que las escaleras mecanicas llegaran hasta la segunda planta, donde se encontraba la librería. Detrás mía una mujer hablaba algo nerviosa por teléfono, y sus nervios me afectaban a mí por lo que de vez en cuando me giraba para mirarle, desconfiaba de la gente y no podía evitarlo. Una vez estuve arriba me sobresalté cuando una chica cuya piel morena contrastaba con una falsa sonrisa que parecía tener pegada a la cara, me ofrecía un folleto, lo cogí y tiré en la papelera más próxima, frente a la que se encontraba un espejo en el cual pude observarme. No era guapa, más bien mediocre, delgaducha y con un pelo cobrizo lacio, los ojos azules eran pequeños, pero llevaba el pelo recogido y se veían más grandes. Ropa sencilla y cómoda, unas bermudas vaqueras, camisa blanca y sencillas sandalias de cuña constituían mi vestuario. Sonreí a mi reflejo, el amor propio era algo en lo que el psicólogo insistió muchas veces. Me giré para dirigirme hacia la tienda cuando sin saber exactamente cómo terminé en el suelo.
-¿Pero qué...- me lleve las dos manos a la cabeza, unas piernas femeninas se paraban frente a mí.