Azul, esperanza y sentimientos olvidados

Un ligero escalofrío recorrió mi cuerpo... ¿Cuánto tiempo habían morado en la Tierra aquel grupo de cambiaformas? ¿Cuántas almas habían llevado al lugar del descanso eterno? ¿Existía acaso la posibilidad de qué.... de qué....? El simple hecho de pensar en ello me causó un extraño sentimiento de desesperación, oculto perfectamente bajo una farsa de frialdad. ¿Alguno de los semejantes a Metztli... quizás un antepasado, había conducido a mi amada Sonja por el camino de los muertos?

Cerré la mano derecha, buscando controlar el torrente de emociones que fluían vertiginosamente por todo mi ser. Agaché la cabeza, buscando fuerzas para mantenerme consciente, para no desfallecer. Volvía contemplar esa mirada que me devolvía la sensibilidad milagrosamente. Marqué una sonrisa de plena satisfacción al dejar de lado asuntos del pasado.

-Así que mis sospechas eran ciertas. Tienes una manada- comencé con mayor dominio de mí mismo- Lo supuse cuando hablaste en plural la última vez que nos vimos- añadí a manera de explicación- Una de las ligeras ventajas de vivir por siglos...- me detuve presa de una creciente curiosidad... una maldita curiosidad que, posiblemente, era mejor dejar pasar por ahora- Hay tantas cosas que giran en mi mente, pero considero prudente callar. También he aprendido a que la incertidumbre puede ser más sana- agregué, incapaz de esconder mis emociones.

Las ganas de preguntar me comían por dentro, pero sabía que era capaz de resistirlas con la suficiente voluntad. Cometía una imprudencia si hablaba de temas demasiado delalicados en un momento tan temprano de la naciente relación entre Metztli y yo. Quizás, lo que más me motivaba a callar era el perderle. ¿Por qué? Lo ignoraba, tanto como ella no era capaz de saber el por qué nos encontrábamos juntos... una dupla tan extraña pero que parecía tan sólida a la vez.

Una amarga sonrisa se dibujó en mi rostro, mientras buscaba sujetar una mano de mi anfitriona, aún meditando, aún reflexionando sobre los motivos del cosmo para manejar los hilos del destino de una forma tan misteriosa. Fijé mi vista en el techo, como tratando de vislumbrar el cielo nocturno y la deslumbrante noche que se encontraba en su punto más hermoso.

-Ahora que estoy contigo, bajo la Luna azul, esperanza y sentimientos olvidados por mi retornan tan brillantes como el fénix al renacer de entre las cenizas, vivaces, ardientes. No lo sé, quizás... quizás, para mí, el encontrarte fue hallar una oportunidad para redimir mis errores y volver a experimentar la alegría de sentirme vivo, compartirla contigo y pasar a tu lado momentos inolvidables aún más allá de las fronteras de la muerte- declaré son seriedad, lleno de un tranquilidad que, por un instante, me hizo olvidar mi milenaria cruzada contra una raza de inmortales que no merecían morar en la Tierra- Aunque, he llegado a creer que algunos errores son incorregibles- agregué casi de manera inconsciente, retornando mi visión al rostro radiante que me observaba.

No... no siempre hay tiempo... muchas veces la inmortalidad no puede asegurar que el tiempo será un aliado y no un enemigo. pensé con un notable gesto de pesadumbre. El dolor salía a flote nuevamente, oprimía mi corazón con un yugo invisible que casi, podía asegurar, me dificultaba la respiración. Sólo saberme cerca de Metztli conseguía darme ánimos para no caer en un lapso de depresión, uno de los tantos que experimentase esporádicamente... siempre refugiándome en lo profundo de los Cárpatos para librarme de la tristeza.

-Y mi corazón está deseoso de sentir de nuevo, pero temo que el tiempo ha sido un gran enemigo para mi desde siempre. No guardes nada que desees compartir, no sé cuánto tiempo tenemos... y el tiempo ha sido un gran enemigo para mí desde siempre- repetí bajando el volumen de mi voz hasta que se perdió entre el silencio de la sala, apenas roto por el palpitar de mi corazón y el suave deslizamiento de la mano de mi anfitriona entre mi palma, abierta ahora como el resto de mi ser.

Sin embargo, las sombras del pasado eran fuertes, consiguiendo que el temor de la pérdida me invadiese con increíble potencia. Sólo rogaba que la historia no se repitiese, que mi historia fuese sólo eso, historia... que lograra alcanzar la felicidad plena de nuevo.... sujeté la mano de Metztli, sin ser consciente de que dejaba al descubierto parte de mis miedos con ello.

El temor a perderle dio paso a un, aparente, aplomo abrumador, aquella misma determinación que surgía en mí cada vez que mis ideas y metas se encontraban completamente fijas dentro de mi mente. Puse mi otra mano sobre la de Metztli, con suavidad y cuidado.

-Quiero pasar una vida o más a tu lado, quiero recordar la felicidad que se puede experimentar al vivir, no sólo por llevar a cabo la misión por la cual nacimos, sino por... por los sentimientos que florecen en mis entrañas- las palabras salían motivadas por mi corazón, por un extraño sentimiento que no era capaz de describir.

Respiré con lentitud, dándome la oportunidad de relajarme. Sentía que ya no podía continuar guardando parte de mi pasado... que era necesario compartirlo, aún cuando fuese una pequeña fracción de él para desahogar la angustia morando mi ser.

-Hace tiempo perdí la mitad de mi vida, hace tiempo murió la mitad de mi alma por la injusticia. He vagado en este mundo buscando venganza desde entonces, con el deseo de llenar el gran vacío que había en mí... con la intención de...- me interrumpí mientras negaba con la cabeza, para después comenzar otra vez, casi murmurando- Tú eres la prueba de que no necesitaba descender al infierno para encontrar lo que buscaba ni anhelar el cielo para ello. Quédate conmigo y ayúdame a descubrir la vida de nuevo.

Sentía la luz del amanecer brillar con fuerza para mí a través de aquel rostro tan hermoso, a través de las palabras que cubrían las fracturas del dolor y la pérdida, a través de un beso que me recordó lo humano que un monstruo como yo podía llegar a ser cuando la ocasión y la voluntad se unen en un mismo instante, cuando la alegría de vivir inhunda el espíritu del guerrero que sólo veía placer en la muerte del adversario.

Liberé ambas manos por un momento y recorrí con ellas el rostro de Metztli con tranquilidad, mientras ella me transmitía un pedazo de mí mismo, perdido desdes hacía mucho. La llama del amor renacía dentro de mí fulgurante, destruyendo las tinieblas de un alma atascada de frialdad y miedo.

Lentamente me separé para mirarle con serenidad. Volví a buscar sus finos dedos, el tenerla lo más cerca de mi posible. Cada segundo a su lado representaba un sueño alcanzado. Sin embargo, ese momento se vio arruinado por mi inoportuna capacidad analítica y paranoia.

-No estarás segura a mi lado, he matado tantos vampiros que no dudo que ellos deseen aniquilarme. He sido un monstruo tomando la vida de otros para aniquilar a esas sabandijas... No quiero hacerte participe de un peligro que no te corresponde- dije soltándola... talvez era mejor así, seguir solo, con el recuerdo de Metztli en mi mente para acompañarme otros mil años.

Había desatado la ira de Metztli. Estaba casi seguro de que sería así, pero el terro aún rondaba mi ser con una fuerza descomunal. Era imperativo que ella supiese mis preocupaciones. Cerré los ojos, orientando mi rostro en dirección a ella, percibiendo una rabia semejante a aquella que nos hacía cambiar a nuestra forma de combate.

No dije nada, sabía que mereceía todo eso, quizás más, pero ahora estaba más tranquilo. Atestiguaba la fuerza de la cambiaformas que se ubicaba en la misma habitación que yo. Cerré ambas manos y oprimí duramente los puños.

Cuando terminó, cuando escuché aquel grito de protesta, lleno de un sentimiento de ofensa absoluto, cuando supe que podía volver a hablar, simplemente me dejé guiar por lo que en ese momento mi alma quería expresar.

-Mil añis atrás perdí a la única persona que amase. Era más fuerte que mil cambiaformas, era más feroz que el rayo, su valentía superaba a la de los más grandes capitanes en el ejército al que servía- percibía que mi voz adquirió un tono algo más débil, pero no me detuve-, era temida hasta por el propio monarca... Sin embargo, murió- una lágrima rodó por una pálida mejilla que parecía más humana que nunca-, murió por mi culpa. El amarme y estar a mi lado le llevó a la muerte- me limpié el rostro, tras lo cual posé ambas manos sobre la mesa con absoluta calma-Reconozco en tí esas virtudes magnificadas, quizás perfeccionadas. No pretendía ofenderte, te ofrendo mis disculpas si lo hice. Toma mi vida si es lo que deseas, juro que no me opondré, sé que las ofensas de ese estilo se pagan con la sangre.

Guardé silencio un momento, un breve instante, para después proseguir, aún debía volver a hablar antes de aguardar el juicio que tuviera que enfrentar por mis desmedidas palabras.

-Te conozco poco y sé que eres el centro de mi existencia ahora. Sé que un sentimiento enterrado por mucho tiempo resucita en mí ahora. Me preocupo por tí, no deseo que nada te suceda, aún soy perseguido por los fantasmas del pasado cada noche, cada segundo que estoy a solas...

Finalmente me callé. Ya no tenía nada más que decir. Adopté una postura serena y esperé pacientemente lo que Metztli quisiera hacer.

Había cometido un gravísimo error al desencadenar aquella conversación. Avivaba, sin querer, heridas que parecían muy profundas en Metztli. Su agravio iba más allá de que mis palabras le golpeasen directo a su orgullo, eso estaba bien en claro. Ahora tenía que tolerar el remordimiento por mis actos, aunque tampoco me permitiría ser doblegado de una forma tan sencilla.

Busqué reactivar la personalidad gélida, analítica que se había vuelto una parte gigantesca de mí. Sin embargo, no podía, fallaba en un momento crucial. No temía por mi existencia, había caminado por el mundo lo suficiente, pero no moriría sin expresarme abiertamente... era la única persona con quién sentía la suficiente confianza para soltar todo lo que me mortificaba y, talvez, con ella se quedaría guardado mi secreto.

-¿Tú crees que no debo luchar cada mañana y cada noche contra la imagen que se manifiesta tan nítida para mí? Está muerta, así es, lo ví con mis propios ojos, sufrí por ello y derramé lágrimas de sangre por su causa, y por esa misma causa mato a los de su especie- declaré con calma, en pleno contraste a mi interlocutora- Pero todo el tiempo la veo, la recuerdo... preferiría saber que vive en algún lado, oculta del sol, incluso al lado de los Volturi, pero no es así... ¿Sabes qué es lo peor? ¿Lo sabes?- pregunté con un ligero tono de ira, que buscaba reprimir con fuerza- En su vientre portaba la vida, la herencia de ambos al mundo, un noble caballero que, esperaba, fuese un rayo de esperanza en medio de una tierra llena de oscuridad y muerte... Su propio padre la mató después de convertirla, creyendo que el fruto de nuestra unión era una blasfemia

Apreté los dientes, casi al grado de comenzar a sentir la sangre correr por mi boca, mi propia sangre. Contuve un impulso por golpear la mesa y destruirla en mil pedazos. Sentía el movimiento veloz de mi pecho al subir y bajar. Tenía que hablar, ya no podía detenerme. Me pusé en pie, tras lo cual caminé hasta situarme a menos de un paso de Metztli. Mis ojos reflejaban paz, tranquilidad, confianza, al tiempo que mi semblante se suavizó.

-Ambos hemos sufrido, ambos vivimos un tormento cotidiano de algún modo. Como dije antes, no quería atacarte, ¿cómo podría desear dañar a la mitad de mi propia alma? Sé que las palabras podría no significar nada, pero también sé que puedes ver más allá de mi mirada- la solidez retornó a mi milagrosamente de forma súbita- Me importas, y mucho. Esa fue la razón por la cual cometí un error al hablar. Soy un inmortal, he vivido por siglos, pero no soy perfecto, jamás lo seré. Vivamos una nueva oportunidad juntos, sí así lo deseas. Sino, simplemente córtame el cuello, ya he contribuido al mundo lo suficiente, he luchado por lo que deseo y creo correcto. No me arrepiento de nada. La decisión es sólo tuya

Terminé con una voz tan pacífica que incluso me sorprendió no haberle tomado del cuello y destrozarla completamente. Era, sin duda, el hechizo que su presencia me ocasionaba.

Fue como si un rayo partiese mis pensamientos por la mitad. El inmiscuirme en asuntos de guerra, de asesinatos, de masacres, dejar de lado mi humanidad, había entorpecido mi facultad para percibir las emociones, para hacerme sensible. Comprendí de inmediato lo idiota de mi comportamiento, el gran contraste entre el genio militar que era y el abominable monstruo sin emociones en que me había transformado.

Sin titubear abracé a Metztli con firmeza, sintiéndome indigno de ello, pero sabiendo que las palabras comenzaban a sobrar, conduciéndome a un abismo que deseaba cerrar de inmediato. Quería enmendar mi atrevimiento, pero las emociones me guiaban incorrectamente. Respiré hondo un par de ocasiones, quería pensar claramente.

-No te abandonaré, no te dejaré. No habrá poder sobre la Tierra, ni debajo o encima de ella que me separe de ti. No ansío otra cosa que estar junto a ti. Te has convertido en mi razón de vivir. Eres mi luz entre las tinieblas, eres la esperanza en un mundo de sin futuro. No te abandonaré- reiteré mientras pasaba una mano por su mejilla para enjugar sus lágrimas- Eres muy hermosa para llorar y las estrellas como tú siempre se muestran alegres- concluí con una sonrisa dulce en el rostro, dedicada únicamente a Metztli.

Aunque no hubiese escuchado una sóla palabra, sus actos me demostraban más que cualquier cosa en este mundo. El sentir su efluvio llenarme era una emoción tan maravillosa que sólo se comparaba al tenerla tan cerca de mí. Me sentía culpable de su estado, pero parecía que la tormenta concluí finalmente. Había aprendido a ser prudente por lo menos... eso quería pensar y deseaba simultaneamente.

Pasé una mano por sus cabellos, con calma y buscando proporcionarle un sentimiento de seguridad que incluso yo requería en esos momentos. Deseaba ver brillar sus ojos como unos minutos atrás, pero sabía que debía darle tiempo.

-Te... quiero...- murmuré con algo de dificultad... era posible que pasara mucho antes de volver a declarar algo semejante, pues no solía ser la clase de individuo que manifestaba sus sentimientos de esa manera- Metztli- añadí con la misma torpeza y complicaciones, para guardar silencio y embriagarme de su presencia mientras pudise.

Una sonrisa cruzó mi rostro, una sonrisa que, por fortuna, Metztli no fue capaz de divisar. Era la primera vez en siglos que alguien se expresaba delante de mí en un lengua que no entendiese. Sin embargo, aún en la nave de la ignorancia, mi mente intuía el significado de aquello, quizás por el tono adquirido por su voz. Realmente, sabía, por medio de mi experiencia, que las palabras sobraban a veces, consiguiendo ser los actos el lenguaje universal por el que todo ser se comunica.

-No sé qué signifique eso, pero tampoco creo que sea muy difícil interpretarlo- declaré con un ligero asomo de alegría... ligero... aún no era del todo capaz de manifestar mis emociones plenamente... aún...

Con una inusual delicadeza de mi parte hice que Metztli me mirara. No pasaron ni un par de segundos antes de que me decidiera a volver a encontrar aquel dulce sabor a gloria del que estaban llenos sus sagrados labios, en la muestra más sincera de la devosión que profesaba por ella, rodeados de un agradable silencio.

Vida y muerte se mezclaron al mismo tiempo, vida y muerte se reunieron por un instante que lució como como toda una existencia en el paraíso, vida y muerte dieron paso a un recuerdo que superaría sus barreras por la eternidad, trascendiendo hasta el lugar en que los dioses del cielo y la tierra moraban, causando su envidia suprema hasta el final de los días.

Robé la ambrosía del Olimpo, manifestada en la forma de un beso sincero, puro y lleno de las emociones más nobles que la humanidad conociera, recuperando toda mi humanidad, recobrando el poder que sólo el amor y la alegría pueden conceder. Incluso aseguraba escuchar el coro celeste cantar con efusividad las notas creadas por Orfeo en honor a la unión que se consumaba, a la unión de Metztli y yo.

La realidad, la hermosa realidad volvió ante la necesidad de volver a impregnar mi mente con el aroma de la suprema flor de Venus, a quien tenía justo delante de mí. La esencia de la espuma del mar me ayudo a saber que no era una utopía la que creía vivir, aunque quizás soñaba verdaderamente, sólo que mi mente era incapaz de decidir si prefería estar inmersa en la ilusión.

Mis cabellos eran movidos por el suave roce de la divinidad misma, mientras mis oídos recibían las palabras provenientes de una voz imposiblemente sublime, que hacían mis sentidos ansiar escucharle por el resto de mi tiempo sobre el mundo.

-Que esta dichosa noche sea testigo mudo de nuestra unión, que esta noche guarde en su seno tus palabras y llene mi memoria con ellas, para que a donde vaya jamás te extrañe, por cada vez que vea el amanecer sabré que la esperanza vive para mí, para que cada segundo esté lleno de felicidad por el simple hecho saber que te conozco- y las palabras no fluyeron más, siendo reemplazadas por una mirada de adulación que, sabía, no surgía en mí desde el comienzo de mi existencia... mis ojos se clavaron en el dulce rostro de Metztli y le memorizaron a detalle nuevamente.

Mi corazón estalló en un caudaloso manantial de emociones ardientes que hacían mi espíritu rozar con su aura las misma puertas de las estrellas, acercando a hombre y bestia al fulgor estelar que resplandecía a través de las paredes que encerraban ahora el brillo mismo del sol entre ellas, haciendo que la noche se transformara en día, un día que no perecería jamás, un día en el cual viviríamos inmersos hasta que no pudiesemos estar más ebrios de amor.

La mente había dejado de gobernar el cuerpo inmortal en que mi alma residía, la mente quedaba relegada al simple papel de guardar bajo llave los recuerdos de la danza sempiterna que comenzaba, un baile en que las máscaras perecían y eran sustituidas por los sentimientos que afloraban con potencia desde lo profundo de mi ser, desde las sombras del dolor y el odio que les encadenacen con el hierro de la venganza y la muerte.

Jamás pude dejar de mirarla, jamás querría dejar de contemplar aquellos ojos que me miraban con tanta curiosidad y deseo, con un matiz de dulzura tan inmesurable que consiguió ablandar la expresión de roca y lucha forjada en mi rostro, al tiempo que nuestros cuerpos se volvían uno con el simple hecho de tocarnos, al tiempo que nuestras auras se transformaban en una sola con el poder de cada respiración, al tiempo que el universo se derrumbaba a nuestro alrededor en un inverosímil torrente de miradas, miradas movidas por el hechizo del fulgurante amor que nacía al mundo como el botón de una flor.

Cada centímetro de aquella faz, tan tierna, tan delicada y frágil en apariencia, pero que escondía un alma indomable y capaz, un espíritu de aire con la facultad de desatar los vientos más devastadores sobre sus adversarios e infundirles un temor mortal, cada pulgada de aquel rostro fue recorrido por mis imperfectos dedos manchados de sangre en más de cien ocasiones, enjugando toca culpa con la suavidad que sólo podía provenir del Sinaí.

La realidad sucumbió nuevamente ante la majestuosa influencia de la fusión de los labios carmesíes, labios vigorosos y benditos que busqué para borrar el amargo néctar del pasado que me atormentaba con implacable furia. Sin oponer resistencia alguna, sin desafiar al destino, sentí el manjar de la gloria, una gloria mayor que la de la lucha, una gloria mayor que la del conocimiento, una gloria mayor que la del arte mismo, una gloria que sólo me correspondía a mí y a mi, ahora, amante por los siglos venideros.

Pase ambas manos detrás de su cabeza y la atraje con mayor ansiedad hacia mí, como si mi plena existencia dependiese de ese sólo momento en que Cronos se detenía para rendir homenaje a la pasión de un instante que quedaría atrapado en las redes del tiempo. La flecha de Apolo zurcó el cielo para anunciar a las estrellas la buena nueva y Zeús mismo puso la rodilla en el suelo en un acto de alabanza.

Con inmortal delicadeza, con especial cuidado, como el jardinero maneja a la rosa más hermosa que tiene entre un millón, me retiré para admirar la increíble belleza de la que era dueña la mitad de mi espíritu, aquella mitad que se mantenía frente a mí, aquella mitad que perdiese durante un milenio entero. En un susurro que el viento llevaría a todos los confines de la Tierra, mi voz surgió casi imperceptiblemente, con tanta alegría que no era capaz de creerla.

-Mira que nuestros deseos se cumplen y los hilos del destino nos favorecen, dándonos la oportunidad de gozar el tiempo a nuestras anchas, de amarnos mutuamente y recordarnos que no volveremos a caminar sólos por un mundo lleno de oscuridad, porque ahora tú serás mi luz y yo la tuya, iremos de la mano al paraíso y la alegría será nuestro templo por siempre.

Me limité a callar, embrujado por el elixir que ya recorriese cada vena de mi cuerpo, cada célula en mí, cada pensamiento que tenía y cada imágen que veía.