La Primera Noche

La ciudad de Seattle ofrecía muchos placeres triviales y profundos, tanto para aquellos que recorrían sus calles, avenidas y parques bajo la luz del sol, como para aquellos que sentían el llamado a la libertad en cuanto las primeras luces de la calle comenzaban a mostrar sus tímidos resplandores a la caída del sol.

Esa misma noche, él había llegado; proveniente de tierras lejanas y conociendo por muy poco algunas de las calles que había visto en los mapas que sus hermanos de credo, sangre y manada le habían facilitado antes de lanzarse al cumplimiento de aquella extraña orden que se le había encomendado. El ruido de la ciudad que parecía no dormir inundó sus oídos y plagó sus sentidos de innumerables aromas que describían, con precisión casi milimétrica, cada una de las sustancias, cosas y criaturas que rondaban a su alrededor.

Un sonido armónico y plagado de contagiosos beats llegó en compañía de una helada ráfaga de aire salado, dándole un poco la sensación de encontrarse de nuevo en las frías calles de Oslo. Frente a él, una enorme rotonda, con una plaza pública al centro y sus respectivas efigies forjadas en bronce rasgando el manto nocturno, dando la sensación de desafiar a todos los Dioses, que desdeñosos, les habían olvidado bajo la inclemencia del helado clima de Washington, llenando de herrumbre sus detalles y parcialmente sus superficies, otrora lustrosas.

A su alrededor, humanos yendo y viniendo, algunos apresurados, otros alegres y, otros más, escépticos ante la decadente belleza que les rodeaba, casi insultándole con su aparente indiferencia. Todos aquellos olores, colores y sonidos podían resultar embriagadores para un condenado común, para cualquiera de esos recién creados que veían aún con fascinación a través de sus nuevos ojos inmortales... para cualquiera que no hubiera contemplado guerras, horrores y décadas enteras rupturas y renacimientos en el mal llamado viejo mundo.

El helado viento, con ese olor salado, el inconfundible olor de los puertos, me recordaba el mismo viento llegado desde el gris mar nórdico en mi natal Oslo, ciudad portuaria conocida antes como Cristiana en las épocas en que el don me fue dado por el Maestro; sonreí mientras los aromas me recordaban mi origen a tantos kilómetros de distancia y tantos años atrás.

Miré a mi alrededor, ví las masas humanas apresuradas a llegar a su destino, ya fueran a sus casas, a sus trabajos en algunos casos, o simplemente a romper la monotonía de sus miserables vidas, tal vez conocer a otros como ellos, compartir un momento de pasión, siempre a medias, una copa, una plática tal vez, tal vez conocer a lo que ellos creen es el amor de su vida. Nunca he concebido la vida humana como algo más que una vida a medias, una vida sin verdadero deleite, sin verdadero sentido, sólo una larga (muchas veces corta) línea de acontecimientos insípidos, sin sentido, aburridos, donde no hay poder, ni belleza, ni sabiduría dignos de llamarse tal; siempre he recordado mi vida como mortal como eso, una vida vacía, gris, sin motivo real y ahora los miraba a ellos, casi podía palpar su tedio, su miseria interior, su falta de plenitud; la verdadera sabiduría, la verdadera vida, el verdadero éxtasis, la verdadera pasión sólo son experimentados por aquellos que han probado el elíxir de la vida eterna, una vida mortal no es suficiente nunca. Aquellos cuyo corazón aún late sólo son el alimento de aquellos que poseen esta existencia, su sangre es la vida para nosotros. Irónico, ¿no? Que aquellos cuya vida es una pena nos den la vida a nosotros, simple evolución, laa cebras por ejemplo llevan una vida aburrida y tediosa, pero su carne y su sangre, su vida, es lo que da vida al león.

De vez en vez percibía el dulce aroma de un hermoso mortal que pasaba junto a mí, o escuchaba el latir de su corazón, casi como martillos en mi cabeza, el cabello castaño, o rubio, o cenizo, a veces anaranjado, como muchos en mi tierra natal, otras veces negro, pero a pesar de sentirme atraído hacia ellos mi objetivo era otro, era otro sonido el que me llamaba, el rítmico y amortiguado martilleo de los beats de la música electrónica; caminé rápidamente hacia el lugar donde surgía aquella música, me detuve frente a sus puertas y aspiré el aire, el olor a humo de cigarro, hormonas, sudor, piel, alcohol me inundó, cerré los ojos por un momento y sonreí para mí, luego miré mi ropa como para comprobar que todo estuviera listo, gabardina de cuero negro, camisa polo y pantalones del mismo color, botas estilo militar, un sweater con cierre en medio cerrado hasta el cuello para disimular que mi cuerpo no-muerto no sentía, ni era afectado por el frío. Acomodé el cuello de mi gabardina y entré, Pzyco se llamaba el lugar

Al entrar sentí una punzada recorrer mi columna, esa fría sensación ya tan conocida, la emoción de la caza, una sensación eléctrica que subía a través de la base de la columna hacia la nuca; podía olerlos, podía sentir su calor, incluso casi escuchaba el circular de su sangre, miré a mi alrededor observando cuidadosamente a los presentes, alguno que llamara mi atención, alguno digno de saciar mi sed.

Tomé asiento en la barra, me abrí el sweater y pedí un martini seco con dos aceitunas, todo en nombre del disimulo, a pesar de ser bestias inferiores no veo la necesidad de estar exhibiendo la supremacía de nuestra especie a los mortales, entre menos llamativo mejor, no hay nada mejor que el lobo disfrazado de oveja. Eso me recordó que lo opuesto es verdad, hay quienes entre nosotros son ovejas disfrazadas de lobos.

Salí de mis pensamientos al escuchar aquella voz, pensé que sonaba un tanto infantil tal vez, aunque el tono era de una mujer hecha y derecha, volteé fijándome rápidamente en cada detalle, miré su traje de arlequín, su maquillaje corrido, sus ojos rojos, sonreí cortésmente -Sí, tal vez eso pase, tal vez en algún momento bailen- dije mirando las aceitunas, luego con mi mano le ofrecí el asiento a mi derecha, el cual estaba vacío. "Qué raros son los vampiros del nuevo mundo, pero por lo menos no necesitaré buscar mucho, sólos llegan" pensé mientras le ofrecía una sonrisa discreta y cordial.

-Asgeir Ryland -dije extendiendo mi mano- ¿Y tú cómo te llamas?

Quité mi mano al ver que ella no iba a corresponder mi saludo, la miré a los ojos dejando ver el rojo sangre de los míos, el ansia por la sangre de los mortales, el color de la muerte del ganado. Por sólo un segundo pensé en un castigo digno a una criatura tan deplorable, después de todo en las frías tierras escandinavas los Hela eran nobleza y entre nosotros existe un estricto código de conducta que el Maestro ha dictado por los siglos que ha existido como cabeza del clan, los locos, los niños y los débiles no deben ser recompensados con la sangre, y si alguno de los Hela enloquece o se muestra débil, la mutilación seguida por la hoguera no se hacen esperar, tal es es la justicia en la tierra de la aurora boreal; luego le sonreí amablemente.

- Asgeir es un nombre noruego, mi lugar de origen -dije enfatizando mi acento- Decidí venir al nuevo mundo a conocer, todos hablan maravillas de él, quería verlo por mí mismo. Y dime, ¿tú qué haces por aquí?

Bajé la mirada hacia el martini, agité el palillo con las aceitunas y luego saqué un billete que puse sobre la barra, me levanté y me dispuse a salir del lugar.