Otro día nublado, genial, y encima totalmente aburrido. Ya me estaba comenzando a aburrir de estos tipos de días en los que no sabía que hacer y daba ganas de jalarme de los cabellos de la pura desesperación de no saber que demonios hacer. Por lo menos había salido del lugar donde me quedaba, ya que no podía soportar ni un segundo más el estar encerrada entre cuatro paredes totalmente aburrida, además de que la blancura de estas hacían que en mí naciera un deseo de pintarlas con cualquier cosa sin tener consideración de la persona que me estaba dejando quedarme en su casa.
Era muy amable, por cierto. Debía de ser una persona de más o menos 70 años y sentía como en sus ojos que me observaban veía a una abuela que nunca tuve, aunque ella no lo era, claro. Su cabello era blanco acercándose a un tono gris claro, típico de las personas grandes.
Bueno, como dije, había salido de su hermosa casa de madera que en su exterior, junto a la entrada, se encontraban unas hermosas rosas y lavandas, que indicaban el transcurso de la primavera que ya había comenzado hace ya algún tiempo.
Observé a los autobuses pasar de largo y miraba hacia donde se dirigían para decidir a donde era que terminaría yendo y uno me llamó especial atención. Uno que iba hasta el acuario y el zoológico.
Hace tiempo que no iba al acuario y esta era una buena oportunidad para ir allí y ver las "extrañas" especies que allí había.
Pagué mi entrada e ingresé a aquel lugar. Según me había dicho había distintas especies de peces.. sin decir que muchísimas, delfines, orcas o ballenas, me las habían nombrado dos veces y demases. Además, había espectáculos a distintas horas de distintas especies, algo genial. Había un acto de ballenas, personas y delfines, otro en el que nos explicaban cosas sobre los delfines, otro sobre las ballenas, otro acto sobre pingüinos, además de algunos shows para niños a los que no tenía pensado ir en lo más mínimo.
Decidí comenzar viendo a los peces e ingresé al inmenso lugar a oscuras donde nos pidieron por favor que si sacábamos fotos que fuesen sin flash para no dejar ciegos a los peces y, así, ocasionar su muerte. Yo, por suerte, no llevaba mi cámara conmigo, ni poseía una siquiera.
Me paré frente a una pared de cristal en la que nadaban algunos peces y uno rayado en blanco y negro, que pude reconocer como el pez payaso, me observó fijamente sin sacarme la vista de encima.