Temprano en la mañana había salido de casa. Estaba a punto de amanecer y la temeperatura era baja, alrededor de 2º por lo que estaba abrigada como si viajara al polo. Camperas polar, guantes, poleras y una bufanda me cubrían, protejiendome del frío invernal, uno de los peores del año.
Mi fiel bicicleta se encontraba apoyada en la pared exterior de mi morada, reluciendo de un color rojo oscuro y gris topo. La había ganado en una peña hacía aproximadamente dos años y jamás la había abandonado desde que me la entregaron. Ella era mi única compañia a pesar de ser un objeto inanimado. Yo no tenía nada más que a mí.
La tristeza volvía a inundar mi corazón y mi cabeza. Solo sucedía cuando recordaba a mi familia en Dakota del Sur, alejada por mi culpa. Pero mis razones para alejarme tenían su claro fundamento y sabía en lo más profundo que no debería arrpentirme de haberlos dejado vivir su vida y yo empezar la mía propia. siempre viviando para ellos, preocupandome por ellos cuadno als cosas estaban mal para que no se dieran cuenta la infelicidad que viví durante años, aguantando el escaparme de casa hasta mi mayoría de edad.
Resfregué la primera lágrima que caía mientras me subía a mi bicicleta y empezaba a andar rumbo al puerto de La Push, a unos 15 minutos de donde vivía. El aire fresco azotando en mi rostro despejó mis pensamientos, aliviando mi dolor. Debía olvidar para no volver a caer en la trampa de mi pasado.
Caundo llegué al puerto apoyé mi bicicleta sobre un barandal y observé la calma del agua, las pequeñas olas rompiendo contra las rocas. Era tranquilizante a tal punto de hacerme olvidar todo y de hacerme sentir limpia y renovada. Suspiré y aspiré el aire marino que emanaban. Una purificación que necesitaba diariamente.