Un café para recordar (Kurt)

Estos últimos días no me encontraba bien, definitivamente, nada bien. ¿Qué sucedía? Esa pregunta me acosaba constantemente todas las noches, y cada que tenía una idea, algo más llegaba para desaprobarlo y mi mente quedaba en blanco. Ese día cerraba temprano el café, normalmente me gustaría, pero esto solo era un camino para llegar más rápidamente a la inevitable rutina de todos los días.

Trabajaba solo yo, los empleados merecían un descanso después de la contingencia que se ocurría todos los viernes por las tardes, revisé como el último empleado se iba e inmediatamente me acerqué a limpiar las mesas, habían llegado más clientes, me llevó una grata sorpresa ver a Zazil. Me acerqué a ella con una sonrisa en la cara.

-Hey...¿Cómo estás?- Pregunté.

-Es bueno verte, ha pasado bastante desde que nos vimos- Besé su mejilla a modo de saludo, me explicó lo del regalo. -¿En serio? Vaya, no debiste haberte molestado, porque a decir verdad, es de más importancia que te vuelva a ver a un obsequio- Su presencia llegó a tranquilizar un poco mi mente, esta simplemente dejó de arrojarme de todo y quedó quieta, agradecía en silencio que se encontrara aquí.

-¿Gustas algo para tomar o comer?- Pregunté.

-De hecho, me encuentro bien, pero la vida me trata con monotonía desde hace varias semanas, es un gran respiro saber de los demás- Me senté en dirección opuesta a ella en una pequeña mesa para dos, al rato tal vez le pudiera ofrecer algo más. -Sobre todo si se habla de regalos- Bromeé. Su propuesta era bastante tentadora, uno de mis mejores pasatiempos es escuchar historias.

-Estaría más que encantado de escucharla-

Sus deseos fue lo mejor para mí, no me importaba el regalo ni la razón por la que había traido las mancuernilllas, solo la razón específica; "pensé que podrías quedártelos tú".

-Si hay algo de lo que estoy seguro, es que me gustaría viajar un día a tu tierra natal- Miré hacia el reflejo de nosotros mismos en el servilletero, fijamente hacia mí mismo más que nada. -Quisiera un respiro de todo por al menos un momento...- Dije duditativamente. No podía irme sin más con los planes de la boda y todo eso, sin embargo, las ansias por salir de aquí al menos por un día se intensificaban cada noche a límites insospechables.

-Y sobre todo, agradezco el regalo, si bien, un regalo puede considerarse un detalle, una historia me es suficiente a mí-

-Si bien, pelear contra vampiros no me asusta, no creo que esas historias puedan lograr pesadillas en un futuro no cercano -Era imposible tenerlas si no dormía lo debido por las noches, dejé de mirar tanto el reflejo del servilletero al convertirse la imagen en algo que no reconocía...sentía como si esa imagen expresara algo más profundo de lo que parecía.

-Cuéntame la que desees, no soy quisquilloso- Sonreí nuevamente.

Su descripción del chivo me recordaba a una leyenda italiana, donde se decía había un señor campesino que compró una oveja, mientras caminaba, veía que empezaba a crecer desmesuradamente, llegando a ser tan pesada que el hombre tuvo que bajarla. Pronto, olió azufre y con ello se convirtió en una cabra, del que, en sus pezuñas, marcaban la tierra gracias a su fuego. Dejó sus marcas cerca de una iglesia y finalmente se marchó, esa iglesia se convirtió un sitio turístico.

-No te detengas por favor- La intriga era demasiada en aquél momento, ardía en ansias por conocer el destino de la pareja.

Terminé por abrir los ojos un poco más cuando terminó la historia. Sonreí, como un niño pequeño que había cumplido el propósito de su propio berrinche.

-¿Tienes más historias como esas?- Esperaba a que dijera que sí, nunca me habían contado historias de ese tipo, mi madre nunca había tenido tiempo, al igual que mi padre, además de que al saber sobre demonios que atacaban de noche y que eran tan peligrosos como una pantera eran los vampiros, muchas historias perdieron atractivo para mí en ese entonces, pero esto era una nueva cultura, quería aprender más sobre ella.

-Si bien, todos me fastidian con ser el Zar de la cocina -Reí, era el apodo que me habían puesto los muchachos que trabajaban, solo por mi acento y tal vez porque yo solo era el que preparaba lo que era la comida, ellos servían, limpiaban y hacían el café-...mi especialidad es el pastel de queso con fresas encima- Le mostré como en la vitrina esperaba uno que salió hace como 7 minutos aproximadamente.

-¿Gustas un pedazo?- Sonreí, era lo menos que podía hacer por quitarle su tiempo.

No dije más, fui hacia la vitrina, con todo el cuidado posible tomé el pedazo más grande y lo coloqué sobre el plato. Lo puse sobre su lado de la mesa y me volví a sentar en la silla de enfrente.

-Espero te guste, sino, estaría bastante agradecido si me dices que es lo que falla- Todo por el placer de los clientes, lo bueno es que desde que había llegado a preparar la antigua receta familiar no se había modificado en nada.

Mandilón...una palabra americana que a decir verdad, me costó aprender su significado ¿Qué tenía de malo que un hombre ayudase en la casa? Si bien, era algo bastante común en mi comunidad que todos coperáramos sin importar el sexo o la edad. Reí ante su excusa, haciendome la prueba para saber si podía al menos estar en la cocina sin hacerla volar en pedazos.

-Jamás está demás la ayuda- Sonreí, bastante gustoso de la aprobación del pay y sobre sus comentarios.

-Sí, me encuentro un poco ocupado, pero nada que no pueda manejar- Una sonrisa se extendió por mi rostro, hacía bastante que no la veía al igual que mis otros hermanos, era muy cierto, antes éramos más...unidos. Ahora, cada quién había hecho su vida, era muy lamentable que nos hayamos separado de esa manera, extrañaba la falta de conexión que había entre nosotros.

Miré hacia una fotografía que habíamos tomado semanas antes de todo el caos de las bodas sin novio y las muertes y desapariciones.

-No interrumpes nada...- Dije con un hilo de voz, pero pareció que era mejor no decir nada, seguramente ella tenía otras cosas por hacer y era mejor dejar las historias para otro momento. Suspiré, no podría hacer que nada para que cambiase de opinión, me limité a ver como se paraba y pronunciaba una frase un tanto ridícula ¿Cómo no nos volveríamos a ver? Yo no lo permitiría, no perdería la comunicación con una hermana.

-Claro que nos veremos, sino puedes venir, no me importaría ir a visitarte- Repuse con una sonrisa cariñosa. -Hasta pronto- Fue cuando la vi partir, tomé las vajillas y las coloqué en el lavaplatos. ¿Qué más ocurriría después de esto?