Desperté muy temprano, incapaz de consiliar el sueño a causa de una constante tos que me impidiese mantenerme en paz. Ingerí mis medicinas alrededor de las siete, cuando el sol despuntaba finalmente aquella mañana. Descorrí las cortinas de mi habitación, ubicada en la torre más alta del castillo, en el ala sur de mis dominios, desde donde podía vislumbrar una gran parte del horizonte.
Pese a ello, me quedé en cama unas cuantas horas más, descansando. Tenía pendiente una cita para practicar esgrima ese preciso sábado, aunque dudaba de conseguir un buen rendimiento debido a que había sentido cierta disminución en mis reflejos recientemente. Sin embargo, jamás me retractaba de un compromiso, sin importar la clase de compromiso que fuese.
Me levanté finalmente, colocándome mis vestiduras de entrenamiento, dispuesto a aguardar la llegada de Missy. Eché un vistazo al espejo, examinando mi porte, algo cansino y débil, pero aún suficientemente portentoso como para no levantar sospechas. Sonreí para mis adentros cuando escuché la campana que anunciaba visitas.
Tras dar media vuelta, tomando mi florete, abandoné mi habitación, bajando una largas escaleras desde aquella zona del castillo hasta la entrada principal, donde, suponía, se encontraría la señorita Crusoe. Y, efectivamente, Scheneider ya le atendía, el mayordomo de blanquesinos cabellos y figura formal.
-Gracias, Scheneider, me encargaré a partir de ahora- portaba el protector de la cabeza bajo el brazo derecho, aún recorriendo los últimos peldaños- Es un placer verle por aquí, Missy- saludé cordialmente mientras me acercaba a la entrada