En lo alto del castillo ((Supongo que libre))

Las tinieblas cubrieron el cielo desde muy temprano, ocultando al astro rey por completo, apenas brindando suficiente calor como para recordar la estación del año en que me encontraba. Más allá del medio día decidí encaminarme a lo alto de mi fortaleza, a admirar el panorama desde ahí, dominando casi la totalidad de mis terrenos.

El gélido aire rozaba suavemente mi piel, recordándome el toque de los fríos vampiros. Una sonrisa nostálgica se dibujó en mi rostro, al tiempo que algunos recuerdos fluían velozmente por mi mente. No obstante, la serenidad no se borró del todo de mi persona, pues representaba uno de mis emblemas personales.

-Pronto terminará todo, y entonces vendrá la paz, sin importar si gano o pierdo- le susurré al viento, acariciando la espada que tenía en un costado, preguntándome cuando vería a Alexander, y más aún, si el día de combatir con él no estaba lejano

Fue un sentimiento extraño el que recorrió mi cuerpo. No sabía por qué, pero sentía la necesidad de ayudar a mi hermano...... era tan raro, tanto. Algo me dictaminaba que, para vencer al demonio de Alexander, necesitaba aliarme a mi hermano, pero antes, debía devolverle la salud, pues en su estado actual, poco podría hacer cualquiera de los dos para derrotar a nuestro enemigo común.... Cuanta ironía encerraba este mundo, cuanta...
Conduje en dirección a su castillo, donde se suponía estaba él. Afortunadamente, el jeep me llevó bastante rápido. Ignoraba si me permitiría el acceso, pero ya estaba preparado. Llevaba el medicamento que le curaría por completo de su padecimiento, y una nota explicádole el método de uso, así como una oferta para unirse a mi causa... que ingenuo, el ya se encontraba en ello.
Me detuve frente a la gran reja, inmediatamente me preguntaron cual era mi asunto ahi. Me limité a sonreir.

-Vengo a dejar un paquete, recójanlo acá afuera- fue lo único que dije, mientras dejaba todo junto a la entrada.

Puse la reversa my me alejé del sitio, pus mi asunto ahí estaba completo. Al menos, ahora Seprov sería mi esperanza... que ironía tan obsena... en él descansaban mis esperanzas.

Observé, en la inmensidad del horizonte, como un vehículo se acercaba, hasta detenerse en la entrada de mi castillo. Ignoraba por completo de quien se tratase, pero estaba dispuesto a averiguarlo al instante. Giré para bajar por las escaleras de la torre y llegar a la estancia principal. No obstante, grande fue mi sorpresa cuando, al manifestarme ahí, mi mayordomo ya me aguardaba con noticias, noticias sobre un paquete a la entrada de mis dominios.
Salí, movido por la curiosidad e incertidumbre. Tal como lo mencionase el buen Schneider, ahí se encontraba, una caja mal arreglada, con una nota encima:

"Seprov:

Sé que nunca nos llevaremos bien, incluso que he tratado de hacerte daño en varias ocasiones, pero me he dado cuenta que luchas por una causa honorable y, en cierto modo, favorable para mi. Espero que este obsequio que te dejo te sea de utilidad. Es un medicamento que diseñe para curar tu enfermedad, misma que Alexander me pidiese hacerte padecer hace años. Tómalo como una forma de expresarte mi buena voluntad hacia ti.
Si consiguo hacer que confíes un poco en mi, llamame al número que está al reverso del frasco con las cápsulas. He visto a Alexander, sé lo que es realmente y quiero pelear contra él. Si no es así, sabré entenderlo, y prometó jamás molestarte de nuevo.
Tu medio hermano:
Aidan

P.D: Alexander sabe tu paradero, ten cuidado, temo que te visite pronto con malas intenciones. Extrema precauciones."

Me quedé algo frío después de leer aquello. Ciertamente, nunca hubiese esperado algo así de mi hermano, ni siquiera sabía gran cosa de él... pero por su culpa yo estaba enfermo... con una cura en mis manos. Era raro, lo pensaría, quizá no me vendría mal un aliado más, aunque fuese por conveniencia. Regresé a casa, tomé la primer dosis, y descansé el resto del día.