Había transcurrido un día desde que llamase a Korbin. Demandaba resultados, exigía que me presentase una prueba feaciente de su utilidad o, de lo contrario, dispondría de él como mejor me viniera en gana. De todos modos, estaba en un cementerio, lo de menos era un muerto más... aunque, también debía considerar que existían otros cambia-formas enterrados ahí, sujetos que habían decidido entregar su eternidad a cambio de una fugaz vida al lado de una persona... tal vez, por su misma condición de traidores, sepultar a Aidan vivo ahí, no sería un sacrilegio tan grande.
Pero, como una súbita tempestad, igual de terrible que mil tornados y huracanes juntos, mis pensamientos me asaltaron miserablemente: yo mismo era un traidor a mi linaje, descendiendo de antiquisimos licántropos, enamorándome en el pasado de una vampiresa, cuya mirada me cautivase aún en la época actual, tras más de medio milenio.
Sacudí la cabeza con delicadeza, tenía que concentrarme. Seprov era mi destino, lo mataría pronto, y gran parte de ello dependía de lo que Aidan tuviese que decirme en ese instante. Una macabra sonrisa se dibujó en mi rostro a medida que me aproximaba al campamento del otro hijo adoptivo de mi familia. Estaba cerca, los días del humano estaban contados, y yo vería que su vida llegara a termino... a no ser que aceptase reinvindicar su camino.... y eso implicaba actos, acciones contundentes que reflejasen su arrepentimiento, así como su deseo de mantener la linea familiar de matar vampiros
-Espero resultados, ahora mismo- la fuerte voz que manó de mis adentros resonó en la parte del cementerio donde me encontraba. Me mantuve de pie, aguardando a mi agente.