Cuando el avión todavía surcaba los cielos de Washington, mientras miraba por la ventana aquellas nubes bajo mi posición, alguna extraña clase de sentimiento de nostalgia me invadió profundamente. Habían pasado varios meses desde la última vez que estuviese en suelo americano, demasiados meses. Con anterioridad, jamás había sentido afecto por un sitio específico como el que todavía mantenía por la península Olympic.
Diablos, que terrible y patética condición has desarrollado, Sev me reproché con dureza. No me acostumbraría a sentirme atado a mi hogar en América. ¿Por qué regresaba? ¿Acaso no estaba en Alemania todo lo que necesitaba, quería y anhelaba? Sigue engañándote, lo único que lograrás será un golpe más duro al volver a la realidad.
El hombre a mi lado dormía plácidamente... si tan solo...No podía quejarme. A mi servicio tenía un gran intelecto, un envidiable gusto por la lectura y la investigación, una destacada redacción, conocimiento en defensa personal y con armas, así como mi preciado violín, lo indispensable para sobrevivir en una zona como la que me alojaría por segunda ocasión
Suspiré más relajado. Debía tener en mente uno de mis principales objetivos al volver a suelo americano: indagar en el conocimiento de los inmortales. Mi primer visita me había brindado experiencias que confirmaban contundentemente su existencia, desde leyendas Quillete, hasta interrelacionarme con ellos directamente. Aborrecía la idea de sucumbir ante el irremediable paso del tiempo, debía buscar el método para convertirme en uno de ellos... aunque significase perder mi alma y mi humanidad para siempre.
El avión aterrizó unos minutos después. Me desperecé, levantándome de mi asiento a continuación, listo para respirar el aire despresurizado del exterior. Esperaba encontrar todavía mis vehículos y mi casa en orden, al menos lo mejor posible, no sería verdaderamente exigente al respecto.
Recogí mi equipaje, para después caminar donde un puesto de revistas se encontraba. Adquirí el diario, pagando en euros, pues aún no visitaba la casa de cambio. Giré para encontrar un asiento vacío por ahí, donde me acomodé, analizando la primera plana del periódico rápidamente, leyendo las secciones de mi interés en un santiamén. Dejé las hojas a un lado, pasé mis manos detrás de la nuca, y me puse a observar algunos momentos a las personas recorriendo la sala del aeropuerto, de todos modos, carecía de prisa por irme.