Eran las cinco de la mañana cuando una llamada emergente llegó hasta la habitación de Lucian, quien descansaba tras arduas jornadas de patrullaje debido al incremento en el número de vampiros en la zona. El cuarto, ahora remodelado, poseía paredes de un color caoba, cortinas rojizas, una enorme cama con sábanas blancas además de un ropero, una mesa de ébano entre otras cosas. Desde luego, el aspecto pulcro del sitio resaltaba notablemente, en parte gracias a la acción del mayordomo encargado de la mansión de los Silent Walkers.
Ataviado con su traje negro y el cabello perfectamente peinado, el ancestral inmortal descendió por las escaleras a paso veloz, sin exhibir signo alguno de alarma. Recorriendo los largos pasillos del castillo, en los cuales colgaban nuevos cuadros con imágenes pintorescas (amaneceres, escenas épicas, campiñas, tormentas), pronto consiguió encontrarse de frente al ascensor que le conduciría a la planta baja, donde le esperaban seguramente. Por suerte, el campanilleo que tanto odiaba no se escuchó más.
Las puertas de metal se abrieron para dar paso a la elegante y feroz figura del cambiaformas, cuyos ojos esmeralda buscaron al instante a Birkoff, el encargado de estar al tanto de los sistemas de vigilancia y rastreo. El humano giró, poniéndose de pie, señalando una pantalla con el índice.
-¿Qué hay ahí?- inquirió Lucian con el tono frío e inhumano que le caracterizaba desde tiempos inmemorables, aproximándose con determinación.
No tuvo que recibir ninguna respuesta, al menos no durante un lapso no menor a medio minuto. Los sucesos eran relativamente confusos, pero una esfera de fuego parecía estrellarse contra el suelo del bosque que señalaba el límite entre los dominios de los vampiros y los cambiaformas. El acontecimiento se repitió varias ocasiones, e incluso las noticias locales parecían encontrarse en la zona.
-Dame tus teorías- ordenó Von Wednar aún con la vista clavada en la pantalla......
Las llantas del Aston Martin rechinaron cuando el vehículo abandonó los terrenos de la mansión a toda marcha, conducido por Lucian. Su rostro reflejaba calma a pesar de saber que las cosas podrían no ir exactamente bien en la frontera. ¿Acaso era cierto lo que había dicho Birkoff? ¿Y si era un avión derribado por los vampiros? Imposible, no buscarían llamar la atención tan desmedidamente, los Volturi terminarían por liquidar al responsable.
El paisaje quedaba atrás sin que el cambiaformas fuera capaz de darse cuenta, incluso parecía que el auto se encontraba en piloto automático. No obstante, tras varios minutos, el motor se apagó y el silencio reinó. Una de las puertas del Aston Martín negro se abrió para permitir que Lucian aspirara el aroma a naturaleza que inhundaba con sus enormes brazos el bosque y sus alrededores. Notó el toque a quemado y gruñó imperceptiblemente, comenzando su andar al lugar del siniestro.