El motivo de una eternidad

Recibió con una efusiva sonrisa las palabras de Metztli, mirándole con cierta incredulidad aunque casi había esperado una replica de ese estilo. Inspiró profundamente, tomando en sus manos el delicado rostro de su Dama de la Luna... delicado pero feroz y hermoso como sólo aquella cara podía llegar a ser en su presencia.

Abrió la puerta para volver a dirigirse al exterior y recorrer el trayecto hasta el Mausoleo, en dónde se ubicaba la parada que deseaba hacer para poder relatar una historia llena de dolor, una historia que, sin lugar a dudas, todavía estaba ardiendo en su pecho hasta ese preciso instante. Desde luego, fue incapaz de articular palabra, no quería arruinar el instante tan mágico y plagado de alegría con algún comentario inatinente de su parte.

Sin embargo, se percató de que algo iba mal, presintió ello en la forma alternada de respirar de su compañera, en la respiración que buscaba contener algo en su interior, o eso le pareció. Se detuvo, aún tomados de la mano, dirigiendo una mirada curiosa y preocupada a Metztli, lo cual era lo menos que podía hacer después de las atenciones que recibiera.

-¿Estás bien, Metztli?- preguntó a pocos metros del Mausoleo, cuya entrada de mármol blanco con incrustasiones de piedras preciosas brillaban con timidez- No hay necesidad de apurarnos a ir a escuchar una historia que bien puede esperar- concluyó pasando el dorso de su mano libre por el cálido rostro de la mejilla derecha de su Dama de la Luna.

En su interior estaba completamente seguro de que Metztli estaba mal, de que algo andaba peor de lo que ella decidía aceptar. Sin embargo, prefirió aceptar la petición, el desafío que ella le lanzaba, de todos modos, no sabía si, de ser pospuesta, llevaría a cabo más tarde el relato de una dolorosa historia que deseaba compartir después de tantos siglos.

La tomó con ambas manos por la cintura, suavemente, casi rozándola, no quería cometer un error o algo por el estilo. Prestó atención a sus palabras con total calma y luego fue atrapado por un fugaz segundo, un segundo que le pareció más que suficiente para haber vivido una eternidad, entre los místicos labios de su adorada Metztli, volviendo a sentirse completo al compartir con ella esos brevísimos instantes de conexión. Percibió los latidos del corazón palpitante en el interior de su Dama de la Luna y el pequeñísimo remolino que se formó cerca de ellos.

Dirigió una mirada de admiración a su compañera, una mirada de preocupación pero a la vez una mirada de confianza. La condujo hasta la entrada al Mausoleo, alejándose un momento para tocar con sus dedos el panel digital en la parte derecha de la puerta de doble hoja, al tiempo que un láser escaneaba sus pupilas. Después, el sistema de mecanismos se escuchó y entonces el interior se vio lentamente.

-Entonces aquí estamos, la parte más segura de toda mi fortaleza- anunció con un respiro prolongado, volviendo al lado de Metztli y rondeándola con el brazo derecho por la espalda- Casi nadie ha visto esta zona de Nachtburg, porque es aquí donde descansan los caídos en batalla...- se detuvo un momento y la ayudó a entrar.

En las paredes y el fondo se divisaban criptas con placas de oro en las cuales se encontraban inscritos los datos de aquellos fallecidos en el fragor de la batalla. En el techo se exhibían frescos con algunas imágenes de combates memorables para los Blood Avengers. El suelo, de roca sólida, tenía un enorme símbolo en su centro, un símbolo que parecía una "S" entrelazada a una letra "L" y una "W" al fondo junto con una gran torre, todo enmarcado en un círculo perfecto.

-Una guerra de mil años tiene su origen ahí- comunicó Lucian estirando un dedo en dirección al gran símbolo tallado en el suelo, mientras las puertas se cerraban nuevamente con un pesado sonido.

Se adelantó un poco para acuclillarse a la izquierda de la peculiar inscripción y tocó un punto en el suelo, tras lo cual el símbolo se partió en dos simétricamente y dejó claro que se componía de dos compuertas. A continuación, de ahí, una urna de color azul celeste, tallada en zafiro, se elevó hasta la altura del rostro de Lucian, quien se puso de pie y volteó a ver a Metztli con el rostro lleno de dolor y melancolía.

-Aquí descansan los restos mortales de aquellos que combatieron y murieron... y una sóla criatura perteneciente a la raza que cazamos inmisericordemente.

Respiró hondo para evitar soltar un alarido de dolor semejante al aullido de un lobo enfermo de tristeza y soledad en medio de un bosque frío. Ni siquiera la compañía de Metztli, su cercanía tan cálida y sublime, fue capaz de menguar el dolor que le propinaba la herida abierta durante un milenio de penurias, venganza, odio... muerte en vida.

Incapaz de mirarla directamente, incapaz de contemplar la cobriza piel de su amada y el destello dulcemente fiero en los ojos de su Dama de la Luna, se giró para encontrarse con el tono de una mirada tan profunda que le arrancase el alma a su partida del mundo en el cual todavía moraba a causa del tormento diario que se negase a combatir por siglos.

Se llevó una mano a la altura del corazón y sintió como el músculo cardíaco bombeaba con pesadez, compartiendo los sentimientos que el espíritu permitía salir sin restricción alguna; al final, sólo estaban ellos dos y nadie más.... nadie...

-El tiempo jamás olvidará el día que el fulgor celeste de un par de orbes taladraron mi ser con firmeza- comenzó usando un tono melancólico- Yo no tenía más de catorce o quince años cuando nos encontramos por primera vez.

Delicada y lentamente se separó de Metztli y caminó alrededor de la urna en que descansaban los restos de la que, alguna vez, fuese la mitad que completara su ser. Echó una mirada veloz a su Dama de la Luna y luego depositó su atención en el pasado, casi viéndole a través del reluciente zafiro que descansaba frente a él.

-Su padre era un poderoso señor feudal de Hungría y concentraba un gran número de hombres a su servicio. Aquellos días gobernaba el clan Rumano sobre el mundo de los vampiros, quienes le transformaron a él y a su enorme ejército- comentó con una sonrisa nostálgica- Su madre murió a manos de los Hijos de la Luna el día que nos conocimos y le salvé de morir- puso una de sus manos sobre el recipiente forjado con piedras preciosas, prosiguiendo con un poco más de fuerza- Fueron varios años en la clandestinidad, fueron noches hermosas, fueron días en que yo era humano a pesar de tener la inmortalidad, fueron días en que no me faltó nada... fueron días en que yo defendía a los vampiros de mis hermanos- completó deteniéndose un segundo para recobrar la entereza.

Miró el techo y la pintura de la mujer de cabellos largos, oscuros y finos, ojos color azul y piel pálida, ataviada con un vestido de una época pasada. Su sonrisa demostraba seguridad... le parecieron tan similares por un instante.

-El mayor regalo que iba a recibir del cielo era un primogenito- continuo con notable alegría en el rostro- Siegfried iba a ser su nombre- cerró el puño con increíble fuerza hasta hacer caer gotas de sangre al suelo, las cuales sonaban con mayor intensidad debido a la acústica de la habitación- Viktor, su padre, la convirtió en vampiro después de quedar embarazada- la cólera era ya evidente en su voz y un ligero temblor se mostró en su mano apretada- Jamás la rechacé por ello, jamás nos repudiamos por la diferencia de razas... pero Viktor vio nuestra unión como una blasfemia y decidió ejecutarla- una lágrima de ira bajó con furia por el rostro pétreo de Lucian mientras seguía su relato- Me obligó a ver, a despedirme de ella y perder una eternidad de alegría entera. Fui testigo de como la descuartizaban y quemaban.

Su rostro adquirió el mismo semblante inhumano, la misma expresión fría e imposible que él mostrase habitualmente. Un chorro de sangre manchó la inmaculada sala una vez cedió la fuerza sobre la palma de su mano. Buscó a Metztli con la mirada, encontrando energías para concluir su relato.

-Por aquellos días planeaba nuestra fuga, por ello nos capturó. Mis hombres regresaron a salvarnos y derrotaron a los guardias que me custodiaban. Lo único que rescaté de ella es un puñado de ceniza que duerme en esta urna y un collar que conservo en mi alcoba-

Inhaló un par de veces para liberar el coraje que le recorría cada centímetro del cuerpo, sintiendo como la herida abierta en su mano comenzaba a cerrarse velozmente. Movió la cabeza y una sonrisa feroz se marcó en su rostro.

-Desde ese día entregué mi humanidad al infierno y juré matar a cada uno de los vampiros que moraban en el mundo hasta el día de mi muerte.... Seguí vivo con este ideal incluso después de matar a Viktor. Vagué por el planeta con el único propósito de exterminar a mis adversarios sin importar los métodos- hizo una pausa en la cual sus facciones se ablandaron nuevamente y se aproximó de nuevo a Metztli- Y luego los conocí a ustedes tres, y mi mundo se transformó en un mar de dicha que jamás experimentase en mi entera existencia.

Vio en su Dama de la Luna que algo andaba mal, pero se negó a preguntarle, sabía que su orgullo no le permitiría revelarle nada... a menos que ella así lo quisiera. A continuación, susurró en voz baja, llena del conjuto de emociones humanas que perdiese durante una largísima era, llena de amor y adulación.

-Gracias, por devolver el amor a mi vida, Metztli- concluyó besando con ternura los cálidos labios de su compañera.

El momento que vivió cambió dramáticamente en cuestión de segundos. Cruzó el umbral del dolor, liberándose de la penuria de siglos enteros a continuación, con una muestra de amor pura y sincera... finalmente, la sorpresa le invadió por dos razones muy poderosas: la primera fue volver a escuchar palabras tan impactantes para él, pese a saberlas de antemano. El segundo motivo vino cuando Metztli cayó rendida en brazos del milenario cambiaformas, inconsciente.

Sus verdes ojos se abrieron desmesuradamente, presas del poder de aquel insperado suceso. Un ligero aroma a vampiro golpeó su nariz de inmediato y él supo que no provenía de la urna en la cual se encontraban los restos inmortales de Sonja. ¿Acaso venía del inmaculado cuerpo de su amada? ¿Cómo era eso posible?

Sacudió de su cabeza las interrogantes y la cargó cuan liviana fue para él. Tecleó velozmente en el panel digital y permitió a la máquina lanzar el láser por su ojo nuevamente. Las puertas cedieron nuevamente y se apresuró a pasar entre ellas. El único lugar en el que pudo pensar fue su alcoba, ubicada en las proximidades, en donde disponía de algunos medios para reanimar a su Dama de la Luna.

La dejó, con todo el cuidado que pudo, en el suelo durante un breve instante, mientras tomaba su forma de lobo para conseguir mayor velocidad, sin importarle romper las vestiduras que, de hecho, no eran siquiera suyas. La subió a su lomo tan delicadamente como le fue posible, y emprendió la marcha hasta su habitación, dejando atrás las escaleras que conducían al Mausoleo.

Es mi turno esta vez se dijo sintiendo el frío viento de Eslovaquia de lleno en la cara. Escuchaba los latidos del corazón de Metztli más débiles de lo habitual y su temperatura por debajo del margen habitual para un cambiaformas.. Las miradas de sus soldados también le fueron fáciles de percibir en su recorrido Sólo me importa que estés bien agregó jadeando un poco por el esfuerzo que le suponía avanzar al máximo de sus capacidades.

Frenó de golpe, evitando que Metztli se dañará. Abrió la puerta como pudo y colocó a su amada en la suave cama, la cual raras veces ocupada. Volvió a adoptar su apariencia antropomorfa y buscó, con una sonrisa triunfal en el rostro, la misma sustancia que ella usara para reanimarle cuando estuvo golpeado. Observó como una de sus heridas se abría de nuevo por el trayecto recorrido, pero no le prestó atención.

Tomó un algodón con alcanfor del botiquín dispuesto en la parte derecha de su cama y se lo acercó a Metztli en una ocasión. Acarició su cabello con ternura, dándole un beso en la frente, sin saber realmente que era lo que ella padecía, pero esperando, con todas sus fuerzas, que volviera.

-Yo cumplí mi promesa y estoy aquí, vivo, contigo. No nos puedes abandonar, Metztli, ni Adam ni a Wendy ni a mí- murmuró apretando una mano de su compañera, aguardando que todo estuviera bien.

Alcanzó a compartir el dolor de Metztli como si él mismo lo experimentara, sintiéndose más conectado con ella de lo que jamás pensase. Su voz, apenas audible y quebrada, le pareció un signo positivo pese a todo. Marcó una sonrisa a duras penas mientras dejaba que ella misma guiara el algodón hasta donde deseaba que él frotara.

Parecía que su Dama de la Luna sentía alguna clase de dolor en el pecho. Un gesto de preocupación se dibujó al instante en el increíblemente duro rostro de Lucian, en un rostro que parecía forjado en hierro, fuego y sangre, en un rostro que parecía inhumano y cruento la mayor parte de las ocasiones. Era una expresión que raras veces había aparecido en él a lo largo de sus siglos de vagar por la Tierra, una emoción que no experimentaba desde...

Removió la sudadera de Metztli velozmente, para divisar una mancha oscura, aparentaba, era la causa del malestar de su amada. Susurró con tierna voz y expresión segura, al tiempo que colocaba la mezcla sobre aquella extraña pigmentación... la cual expulsaba un extrañísimo aroma a vampiro que, si bien no le importaba, ya indagaría su motivo cuando las cosas estuviesen más tranquilas.

-Tranquila, vas a estar bien- frotó la oscuridad en la piel cobriza de Metztli con cuidado, tratando de no lastimarle- Mi... mi....- se le dificultó articular las palabras, no recordaba como pronunciarlas, pero finalemente lo hizo- lucero del alba, dime que hacer, ¿qué puedo hacer para aminorar tu dolor?- preguntó con absoluta ignorancia, pero esperanzado de poder realizar alguna acción acertada para auxiliara Metztli.

Verla en aquel estado le oprimía el corazón, el hacía recordar, en parte por su reciente charla, la misma pena del día en que viese morir a Sonja, incinerada a manos de Viktor. Sus sentimientos estaban a flor de piel por algún motivo que le careció de importancia... lo único que creía importante en la habitación que le perteneciese era la salud de su Dama de la Luna.

Cada segundo que pasó fue largísimo, se le hacía imposiblemente extenso, increíblemente tortuoso. Deseaba verla sonreir, verla rebosante de alegría, radiante como el propio sol, por lo menos hermosa y enojada igual que la primera noche que pasaran juntos, en casa de ella.

La miró con los ojos atentos, esperando que le hablara, que una sóla palabra manara de sus inmaculados labios para devolverle la paz a su corazón... pero no ocurrió, ella simplemente sostuvo su mirada y luego cerró su dulces orbes.

Apretó con un poco más de fuerza la mano de Metztli, no quería dejarla sentirse sóla donde fuera que se encontrara en sus sueños. Anidaba la esperanza de que pronto volvería a escuchar su divina voz y entonces la existencia volvería a tener sentido, entonces juntos reirían de nuevo con gran fuerza para dejar aquel recuerdo en nada más que el olvido.

-Te amo, Metztli- murmuró sin darse cuenta, movido por las ansias, acercando su rostro al de su compañera, mientras contenía la respiración un instante inmerso en un rictus de tristeza temporal por contemplar las lágrimas que ella derraba sin una explicación inmediata para él.

Jamás dejó de atender la mancha oscura de la cual se quejase su Dama de la Luna, inclusive le pareció una prioridad tan enorme como quedarse a su lado o matar vampiros. Sin embargo, hubo un acontecimiento que nunca habría sido capaz de predecir aún con sus siglos de existencia; la oscuridad en la perfecta piel de Metztli comenzó a ceder misteriosamente, dando paso a un evidente gesto de confusión en Lucian.

El Alpha de los Blood Avengers dió un suspiro de alivio cuando, con voz cortada, reconoció la melodía del alba salir de su amada. Se apuró a acercar la mano que Metztli le tendía, llevándola a sus labios por un fugaz instante.

-Si querías que te amara todavía más, Metztli, creo que lo has logrado- bromeó más relajado, besando a su compañera casi al mismo tiempo, con cuidado para evitar lastimarla, puesto que no sabía a que grado ella había recobrado sus energías. Se separó para mirarla con una expresión de devoción completamente clara en su faz- Pero creo que hay otras maneras más sutiles.

Besó su frente, ahora prácticamente arrodillado a su lado, sintiéndose mil veces más ligero que minutos atrás al haber dejado el yugo de la aflicción. Dibujó una sonrisa para volver a hablar con tranquilidad.

-Dame un instante- suplicó para dirigirse, no sin antes volver a besarla por el tiempo justo, a su armario, en el cual almacenaba parte de sus vestiduras.

Le tomó menos de un minuto regresar al lado de Metztli, ya cubierto su cuerpo en su totalidad, usando una de sus famosas gabardinas, la cual ondeara al compás de sus movimientos.

-Te amo, Metztli- fue lo primero que mencionó con plena sinceridad una vez se volvió a colocar cerca de su compañera, sujetando su diestra con firmeza, esperando que jamás tuviese que repetirse una situación similar.

Marcó una sonrisa dulce y comprensiva en su rostro, una sonrisa que prácticamente nadie conocía. Tan sólo su familia, Wendy, Adam y Metztli habían sido testigos de aquel gesto tan humano del monstruo que cazara vampiros por eras completas. Sin embargo, en aquella sonrisa también iba un matiz de diversión y fascinación al verle sonrojarse.

Prestó atención a todo aquello que le tuviera que contar, a todo aquello que su Dama de la Luna desease compartir con él, cada idea o pensamiento. Sus oidos recibieron con absoluto agrado la hermosa voz que salió de Metztli, todavía algo debilitada por el reciente padecimiento que ella sufriese, pero fuerte no obstante.

Se preparó para escuchar cuidadosamente la historia que la madre de sus hijos estaba por relatar, aproximándose hasta ella. Antes que nada, besó su frente con ternura, manteniendo sus labios en ella por un prolongado lapso. Cerró los ojos y trató de imaginar como sería su vida desde ese día y hasta el último que le regalasen sobre la Tierra. Volvió a mirarla, separándose no más de lo estrictamente necesario.

-Metztli- comenzó suavemente, respirando hondo y pausado-, también te amo, te he dicho que completaste mi existencia. ¿Crees que te habría hecho parte de mi mundo si no supiera que soy correspondido?- preguntó un tanto en broma, con cierto tono socarrón que no buscaba otra cosa que reconfortar a su amada un poco.

Llevó la mano que sostenía a sus labios y, sin dejar de mirarle, sin dejar de querer transmitirle paz y seguridad a través de sus verdes ojos, le dedicó un beso amoroso y cortés. Algunos de sus largos cabellos cayeron por sus hombros y le dieron un contraste peculiar; el porte fiero, poderoso e imponente que su figura le proveía se encontró con el rostro lleno de adulación que ahora exhibía sin restricción alguna.

-Cuéntame, si así lo quieres, aquello que te aflige- se aventuró a decir-, yo gustoso te escucharé a tu lado, de donde jamás me separaré, al menos no mi espíritu- completó pasando un brazo por la espalda de Metztli.

Comenzó a pasar una de sus manos por la cabellera de Metztli, por aquellos cabellos que se le hacían tan hermosos, que proveían de un toque magnífico a la Dama de la Luna, a su motivo de ser y morar en una tierra donde su misión estaba cumplida desde hacía mucho.

Escuchó una historia que jamás habría creído cierta de no ser porque ella misma fue quien la relató, porque salió de su garganta con plena nitidez. Sintió que, de algún modo, ambos habían pasado por cosa semejante, en el transcurso de su existencia. Desde luego, no encontró nada que reprochar, no pensó en aquello como una traición a su especie... no viniendo de una mujer tan fascinante y fiera como podía llegar a serlo Metztli.

Tomó, con la misma mano que usara para pasear sus dedos a través de la cabellera de su compañera, la barbilla de su Dama de la Luna y la guió hasta hacerla mirarle a los ojos, que resplandecían con un tono esmeralda lleno de comprensión, de paz y calma.

-El hecho de que estés con un asesino no implica que tú lo seas- le murmuró casi llevando sus labios a la punta de su nariz, sosteniendo la mirada, aún mostrando ese toque de serenidad que buscaba infundirle- No hay nada por lo que debas bajar el rostro. Una valerosa mujer me lo dijo alguna vez en el claro: nos pertenecemos a nosotros mismos, jamás mires hacia abajo, porque somos iguales- dijo al tiempo que una sonrisa le iluminaba el rostro- Quizás haya cambiado un par de palabras, pero la esencia es la misma- agregó besando a Metztli.

Deseó por un segundo haber estado ahí para ayudarla, para compartir su dolor durante los años que lo portase, pero también entendió que situaciones así formaban parte del caracter de su amada, cosa que, en cierto modo, agradecía y también apreciaba. Volvió a adoptar una postura desde la cual poderle contemplar mientras terminaba, porque creía inconcluso, de escuchar la historia que su Dama de la Luna tenía que contarle.

-No te interrumpiré más- finalizó relajando gran cantidad de sus músculo que, pese a haber pasado el momento de preocupación, todavía se encontraban algo tensos.

Afliados aguijones se clavaron en su alma a medida que Metztli proseguía con su relato. Sintió un dolor mayor al verle llorar, jamás había gozado con el sufrimiento de las personas, jamás había caído tan bajo para regozijarse en la aflicción de otros... nunca, en su milenaria existencia, había experimentado placer al ver las estrellas impactar el suelo.

Debió mantenerse sereno, lo mayor posible, infundirle fuerzas a su amante con aquellas que moraban en lo profundo de su ser, con la energía celeste que fluía por él ahora que sabía su soledad concluida por los años futuros. Acarició con el dorso de una mano la mejilla derecha de su Dama de la Luna, tallando en su alma cada una de sus palabras, cada emoción que era capaz de compartir con ella a medida que el pasado resucitaba por turbios instantes.

Reafirmó una enseñanza que le impartiese Metztli meses atrás: sin importar la edad, sin importar los siglos o los días, las personas pueden sufrir de maneras impensables o vivir una alegría que vale por el resto del tiempo universal.

-Metztli, mi Dama de la Luna- murmuró pasando ahora ambos brazos en torno a su compañera, a la mitad de la chispa eterna que le ayudaba a encontrar sentido a su vida- La bella mujer a la que amo, y no sólo sublime a la vista sino a mi espíritu. Gracias por abrirme tu corazón un poco más.

Dibujó una pequeña sonrisa mientras frotaba ambas manos por su espalda, incapaz de saber si realmente era merecedor de una persona como ella... pero presentando sus agradecimientos a los seres que manipulan los delgados hilos del destino por regresarle la felicidad.

Buscó con la mirada los ojos color avellana que tanto lo hechizaban, que provocaban un efecto hipnótico en una mente tan calculadora y gélida como la suya. Un impulso por verla sonreir, por verla radiante lo hizo hablar, destruir los imbatibles lazos del oscuro silencio que reinó por algunos segundos en la habitación.

-Ambos hemos padecido tanto... la tormenta nos devastó a su paso y, en cada uno, dejó estragos que, sólo con el nuevo sol que centellea para nosotros, seremos capaces de olvidar y dejar descansar por la eternidad- la miró con un sentimiento de adulación que prácticamente surgió de la nada, para después agregar en un susurro- Te ves más linda cuando ríes que cuando lloras

Su voz se dispersó, aún con el bajo tono con el cual saliese de su garganta, por todo el lugar y la impregnó de un toque de paz.

Fragmento del diario de Lucian Von Wednar, escrito en poco antes de partir en misión:

Las sombras domaron el universo cuando la estrella más vivaz sumcubió ante la tiranía del alma despiadada de la perversión misma;, conquistaron la nada y le sometieron a su maligna voluntad. Oscuridad, caos y venganza reinaron por mil años en el corazón quebrado que fingía ser de hierro puro. Las esmeraldas habían perdido el brillo de la vida y en su lugar la muerte fulguró como Marte en el firmamento nocturno.

Pero el embrujo de sufrimiento, de vacío, se vio roto cuando la luz del fuego rompió el silencio de una existencia decadente, de un espíritu marchito que combatía incansable por encontrar el descanso y el perdón perpetuos. La Mujer Luna proyectó su halo sobre el tempestuoso Mar y la bravura de éste menguó hasta recobrar la paz, la armonía perdida con la sangre y la guadaña de la muerte. Dos astros, uno cada lado de la Mujer Luna, dieron al Mar el regalo de compartir con él su aliento de vida y ambos crearon un círculo, una familia. Las Estrellas, la Mujer Luna y el Mar son uno para siempre.


La miró a los ojos, la adoró con la mirada y la siguió atentamente mientras sus labios se encontraban de nuevo, mientras la calidez de ambos se volvía una sóla sensación, mientras sus manos se elevaban a la altura de sus mejillas y las acariciaba durante los segundos en los que cerrase los ojos y, aún en la oscuridad, podía admirar con toda su belleza.

Ya no requería nada, ya no requería nada... tenía más de lo que el cosmos era capaz de ofrecerle en Metztli, Adam y Wendy, tenía ya suficiente y, sabía, ni los inmesurables poderes de la muerte le arrebataría de su lado, sus vínculos serían mucho más sólidos e imperecederos, invensibles, tal como él mismo se sentía en ese instante.

Su beso lució, a su juicio, tan delicioso como nada más en el mundo, como un elixir místico que le devolvía la alegría. Volvió a verla con el verde de sus ojos centelleando más de lo habitual, casi hablando por sí mismo.

-Será difícil, ¿sabes? He vivido con cientos de hermanos durante siglos, unos años más unos menos- bromeó con una sonrisa radiante que contrastaba con la barba, el bigote, y el largo cabello que le conferían una apariencia sombría e intimidante- Pero, disfrutaré mucho dejar el trabajo para dedicarme a la vida del hogar plenamente- añadió con una carcajada alegre- Quiero ver crecer a Wendy y Adam, quiero que ambos los eduquemos y quiero que sean formidables personas... quiero, simplemente, un mundo mejor, que forjaremos en conjunto, que tú, nuestros hijos y yo seamos felices- concluyó con voz firme, determinada,.

Sabía que verla en la plenitud de su fiereza era uno de los momentos que su corazón más podía disfrutar, aquella imagen de una Metztli llena de fuerza, casi hasta indimidante y, por sobre cualquier otra cosa, resuelta. No obstante, al tenerla a su lado, con un aspecto más frágil, dulce y encantador, no pudo resistirse a ser envuelto en el místico instante de calma y armonía.

Llevó la diestra de su Dama Luna hasta sus labios, besando alternada y tiernamente cada uno de sus dedos. Sonrió cada segundo, sonrió rebosante de alegría, sonrió con tal grado que la felicidad desbordaba de su rostro otrora duro y gélido como las cavernas subacuáticas. Aquella emoción se volvió contagiosa, creció y finalmente él rió.

Pasaron un par de segundos para que se diese cuenta de lo descuidado que era. Respiró hondo, tratando de prolongar la eternidad más de lo que ya conseguía por su condición de inmortal, de hacer suyo cara fracción del ilimitado tiempo que gozaba. Pasó una mano repetidas ocasiones por los hermosos cabellos de su amada para darse fuerza.

-Es hora de descansar. No creo que estés del todo bien, no todavía- besó su frente con total delicadeza- Yo iré a hacerme cargo del par de luceros que dejamos en tu habitación, a ponerle algo de orden y...- soltó una fuerte carcajada durante un breve lapso ante la idea que le asaltara- Y te suplantaré en el papel de ama de casa- agregó finalmente con algo de torpeza.

En su interior se encontraba renuente de abandonar a Metztli, pese a estar seguro que no existía ningún lugar más seguro para ella, salvo a su lado y en su corazón, que aquella alcoba. Por otra parte, quería enormemente convivir con sus hijos, experimentar el papel de padre que ellos mismos le había conferido y aprender a disfrutarles en toda la extención de la palabra.

-Si necesitas cualquier cosa- dijo con amabilidad y en un susurro-... bueno, si necesitas algo, tengo el presentimiento de que lo sabré- concluyó comenzando a moverse un poco para dejar que la persona que él más amara tomara una merecida siesta.