Cinco años y toda una vida después... (Lucian)

Los sueños suelen ser sólo eso, sueños. No obstante, existen momentos en los cuales la mente de los seres pensantes se ve perturbada por un mar de imágenes dolorosas, recuerdos horribles y un cúmulo de preocupaciones que revuelven la calma del más sereno y valiente. Esto se transforma de manera más siniestra cuando el torbenllino de aborrecibles ideas ataca como un ladrón, durante el periodo sagrado del sueño, haciéndole mutar en lo que se conoce como pesadilla. Yo no estaba exento de estos siniestros acontecimientos, pese a mi condición de inmortal.

La luz de la luna todavía iluminaba tenuemente mi habitación en el Castillo Peregrino. Abrí las puertas que me evitaban el contacto directo con los rayos del lucero nocturno, sintiendo una extraña calidez recorrer mi cuerpo. Cerré los ojos, dejándome llevar por la magia del momento y la privacidad de la soledad, aspirando cada partícula de aire que podía, en un intento vano por revivir mis mejores días, días que quedasen sepultados mil años atrás.

Cuando mi mirada de posó en el horizonte, después de un rato, visualicé un sitio, una zona de la península Olympic que me agradaba visitar, por algún extraño motivo. De inmediato tomé algunas prendas, cubriendo mi humanidad y bajé hasta el garage, a recoger mi vehículo. Poco me importó lo que el resto de los habitantes de la mansión pudiesen pensar... en cuestión de nada estaba en mi destino.

El camposanto, un sitio donde descansaban los restos de valerosos hombres y mujeres de épocas distintas. Me tumbé al lado de una lápida, cuya fría roca tenía una interesante inscripción: "Aún la muertes no es capaz de romber los vínculos del amor"

-Qué caprichosa coincidencia- me dije con una sonrisa escéptica en el rostro, evocando, tristemente, algunas imágenes de mi amada Sonja.

Me quité la gabardina café, la tendí sobre mi espalda y cabeza, cubriendo la húmeda tierra, la cual recibiese algunas gotas de agua a causa de la llovizna de la noche anterior, recibiendo de espaldas el resplandor del amanecer, un amanecer que sucedía largas horas de malos sueños, malos sueños que viniesen a provocar un pasajero dolor en mí.

-No creí tener compañía- mascullé cerrando los ojos, tras percibir el aroma característico de otro semejante a mi. Ignoré el asunto y me mantuve tirado, como si fuese un vil cadáver.

La gloria de otras épocas, el efímero poder que la victoria momentánea trae al caballero avante en su cometido, los alegres recuerdos de asesinatos realizados centurias atrás, cada rostro lleno de angustia e ira ante el fiero ataque del enemigo, suelos fertilizados con sangre y tantas veloces imágenes más brillaron en mi mente como una vívida película del siglo XXI.... después vino la soledad, el amargo trago de la venganza y un vacío tan grande que mis víctimas, contadas por millares a lo largo de mi existencia, eran incapaces de llenar.

Una suave ráfaga de viento me hizo percibir al cambiaformas que aún deambulaba por la zona, hubicándose más cerca de mi posición esta vez. No obstante, preferí disfrutar de la calidez proporcionada gratiutamente por los destellos de las primeras horas de la mañana, escuchar el clamor de las aves en la distancia... Había pasado tanto luchando que casi olvidaba las maravillas que la propia naturaleza era capaz de proveerme en todo momento. Y, en medio de ese bizarro instante de... debilidad, como más tarde le designaría, surgió la interrogante más interesante en cientos de años, la duda que asumía olvidada:

¿Cuál era, verdaderamente, la causa de mi longevísima existencia? Mi único amor podía descansar en paz, sabiéndose vengada, la humanidad no era para mi un motivo realmente fuerte para combatir a los bebedores de sangre, ellos jamás me proporcionaban una satisfacción completa al aniquilarles.... ¿qué era? ¿Qué me motivaba a morar en un mundo que ya no me correspondía? Pero no pude cavilar más al respecto, cuando mi oido reveló lo que el olfato prefirió callar.

Abrí mis ojos tan verdes como la esmeralda, tan llenos de inhumanidad como las más siniestras criaturas descritas en el folklore mundial, rebosantes de intimidación pero apasibles al mismo tiempo. Observé a la mujer, algo en su voz era demasiado considerado, sin llegar a ser cautela, lo cual me resultaba sorpresivo, dado el simple hecho de mi apariencia y el sitio en el que me encontrase. Me mantuve silencio unos instantes, evaluando cada detalle de aquella cambiaformas, recorriendo su rostro con sumo cuidado antes de hablar.

-Si estuviera mal me encontraría en una de esas fosas- declaré finalmente, tan gélido como el mismo hielo del ártico, en pleno contraste de la joven frente a mi- No obstante, vagar en las memorias es a lo que me dedicaba. ¿Puedo yo ayudarle en algo?- repliqué, haciendo énfais al referirme a mi mismo.

Evité pronunciar palabra por algunos segundos. Solía ser así de meticuloso, un analista nato y, en ocasiones, molesto e intimidante por la misma razón. Cuide cada uno de los movimientos que Metztli, como ella se autodenominase brevísimos momentos atrás, con la atención del búho y la paciencia de la tortuga. Jamás, en años casi incontables, había sido tomado por sorpresa bajo ninguna circunstancia... aquella, incuestionablemente, no sería la primera.

Me levanté con algo de precaución, sin quitar el ojo de mi interlocutora. Aunque no hubiese denotado ninguna seña por la cual debiese mantenerme en guardia, mi lema sobre "esperar lo inesperado" resultaba cierto en más de una ocasión. Recogí mi gabardina, la sacudí con delicadeza y me la coloqué de nueva cuenta. Entrecerré un poco los ojos por el fulgor de la naciente mañana, la cual empezaba a ser ligeramente molesta, dando paso a un cielo semi oculto por una serie de nubes que provenían del oeste, pero suficientemente despejado como para que los malditos rayos del astro rey siguiesen golpeando mi cara con insolencia.

Bajé ligeramente el rostro, no por sentirme menos frente a una hermana cambiaformas, sino para mejorar el enfoque de mi vista. Repasé sus actos, y aquella extraña sonrisa que, aún siendo apocada, afloraba cierto efecto inspiratorio. Las esmeraldas que asomaban por mis cuencas oculares se encontraron con los ojos de Metztli. Por un fugaz momento, estuve indeciso respecto a la forma en que debía proceder. Afortunadamente, el frío Lucian retornó a tiempo.

-No me has molestado, Metztli- repliqué casi tan helado como un témpano, mostrándome cuan alto era- De todos modos, la calma es misteriosamente relativa, yendo y viniendo como le place, asemejándose a un ave en completa libertad que visita la mano que le proporciona alimento fácil siempre que lo requiere- me limité a decir, sintiendo algunos de mis largos cabellos moverse a causa del viento matinal. Sin embargo, un extraño motivo me hizo pronunciar palabra de nuevo- La única calma absoluta la encontramos en la tumba.- concluí señalando una lápida al azar, buscando demostrar mi punto.

Prácticamente pasé por alto todo lo dicho por la joven metaforma antes de aquellas palabras: el olvido no existe. Había dado, sin duda en el clavo de mis desdichas milenarias, la fuente sempiterna de mi vagar por la Tierra. Y ahora, yo mismo comprendía. Las memorias, las detestables arenas del tiempo movían sus místicos hilos a cada segundo, rodeándome con sus oscuras sombras hasta hacerme su fiel instrumento de guerra.

Los siglos de combate, las miles de batallas, los millones de golpes, todo era culpa del inexistente olvido... si el recuerdo de mi amada Sonja hubiese desaparecido con el paso de los amaneceres, seguramente sería polvo para ese instante. Pero, ¡oh, fortuna! Actuando tan malignamente, mi espíritu había retenido en un mundo que ya, hacía demasiado, no me correspondía.

Todo esto medité, en cuestión de segundos, ayudado por la prodigiosa capacidad mental de mi especie y condición superiores; pensamientos ocultos bajo la farsa de la carencia de expresión, del petreo rostro que portaba a cualquier lado. Quizá, en un remoto sentido, aquel encuentro había sido maquinado por entidades sobrenaturales, cuya meta radicaba en recordarme mi mezquina existencia y deambular en la Tierra.

Lancé una mirada reflexiba a Metztli, quién se mantenía frente a aquella estructura de roca. Me incliné a tocar el suave y húmedo suelo, sosteniendo algunas partículas entre mis manos. Posé mis ojos en los dedos que tenían pegados la tierra, para no olvidar lo fácil que podía ser morir y acabar descansando bajo el suelo. Me volví a levantar y mantuve aquella mirada llena y vacía a la vez.

-Aborresco esa verdad más que muchas otras, aborresco que ese sea el motivo de mi vagar por mil años en esta Tierra, aborresco.... no viene al caso, supongo.- declaré finalmente, algo contrariado por mi súbito arranque de ira en contra de mi mismo, mientras sonreí de manera siniestra.

Objetivo... analizar y comprender esa palabra, recordar su significado, fue algo que me costó trabajo, no en el sentido semántico de la misma, sino en un modo más profundo, más espiritual. El objetivo que me mantenía vivo, a mi parecer, era el de librar al mundo de la escoria vampírica que aparecía como la mayor amenaza para la integridad del globo terráqueo y sus habitantes. Sin embargo, en lo profundo de mi ser, la verdad era diferente... muy, diferente.

Insuficientes segundos tuve para pensar, cuando sentí, de imprevisto, la calidez de la piel de un cambiaformas tocar mi antiguo rostro, en apariencia tan reluciente como un adulto de treinta, pero notablemente endurecido y demacrado por el transcurso de los siglos y las batallas. Además, mis ojos denotaban el milenario agotamiento que tenía. Escuché a Metztli de nuevo, tras lo cual retiré cortésmente su mano de mi cara. Más tarde, una mirada más seria aún, encendida en con el fuego de la ira, surgió como un torbenllino en mis ojos.

-He vivido por un milenio entero, he matado a tantos vampiros que ignoro el número exacto de infelices que regresé al infierno; he viajado por el mundo entero diezmándoles; creo que, sin duda, llevo a cuestas una larga historia- aquellas palabras estaban llenas mi extraño y cruento sarcasmo, despiadado en ocasiones. A continuación añadí con un poco más de tranquilidad- Mi nombre es Lucian.

La valiente fauna del cementerio comenzaba a despertar, volviendo a convivir con los espíritus de aquellos cuyos cuerpos descansaban bajo el camposanto. Y todos eran acompañados por el rítmico sonido del viento matutino.

Subjetivo... entendimiento... filosofía, ideologías... Mi humor, ciertamente, no se encontraba en plenitud como para asimilar, meditar y cuestionar las palabras tan profundas que Metztli acababa de pronunciar. Pese a mostrarme inexpresivo, sólido, iracundo en cierto modo, mi espíritu estaba perturbado por los recuerdos que aún me rondaban, por las imágenes de mi único amor... asesinada por su padre demasiados siglos atrás, demasiados y tan pocos, que aún recordaba ese fatídico día.

Miré el horizonte, justo detrás de mi interlocutora, como las sombras comenzaban a alargarse bajo el influjo mañanero del sol. Mis ojos se adaptaban velozmente a la salida del mismo, sin perder ese toque tétrico y, en ocasiones, hasta desagradable. Y una pregunta surgió simultánea a la llama de la curiosidad, una interrogante que debía satisfacer cuanto antes.

-La muerte es el final de todo, joven cambiaformas- me atreví a decir, avalado por las centurias contadas en mi haber- Más allá de la muerte, lo único que aguarda es la incertidumbre del descanso y el castigo por los pecados cometidos- sonreí con amargura, sabedor que los míos ascendían a una cuenta casi incalculable- Sin embargo, en tu mirada veo compasión, pero más fuertemente, alguna clase de intriga, ¿qué buscas descifrar en la mirada de un milenario cazador como yo?- fue mi decidida interrogante.

Acagaché un poco la cabeza para observar con un mayor detenimiento a mi interlocutora, mientras sentía un par de gusanos remover la tierra bajo mis pies.

Ángel de la muerte... ese concepto retumbó en mi mente al tiempo que escuchaba el resto de la palabras de Metztli. Jamás me había imaginado que alguien pudiese llamarme de esa manera, aunque debía admitir, reconocía cierta veracidad en ello, al menos para los bebedores de sangre, cuyas existencias cosechase en centenares de ocasiones... miles. ¿Acaso me había vuelto el instrumento de una fuerza superior, la espada de un ser supremo, la justicia de éste sobre los no-muertos?

Y luego, las ideas se arremolinaron, creando una serie de pensamientos relacionados con el concepto de la muerte... de que ésta representaba un cíclo natural que había evadido por suficientes lunas... pero que debía continuar evitando.

Presté atención a las últimas palabras de Metztli, compartiendo ese extraño presentimiento de que las arenas del tiempo nos reunirían eventualmente. Después de existir por tantos años, ya sabía que no era prudente ignorarle, jamás.

-Por lo primero, no puedo argumentar nada al respecto hasta que muera. Entonces, creo que será un tanto inútil- declaré con cierto sarcasmo, mientras echaba un vistazo al cielo, que se cubría de más nubes- No obstante, jamás había escuchado que un cambiaformas pudiese tener un efluvio semejante al de otro... Y jamás he dejado pasar inadvertido ningún presentimiento, como el que me dice que estás en lo cierto, Metztli- concluí con plena seriedad, disminuyendo el siniestro brillo de ira en mis ojos, transformándolo en un atisbo de seguridad.

Esbosé una sonrisa que bien se podía interpretar como la forma en que contradecía las palabras de la joven cambiaformas delante de mi. Pese a ello, estaba perfectamente consciente de que mi conocimiento no era completo, que incluso mil años no bastaban para aprender todo aquello puesto a mi entera disposición por el místico mundo en el cual moraba.

Objetivamente, no había mucho por argumentar... hasta la segunda delcaración... la pérdida... sus estragos... demasiadas ideas fluyeron en mi mente en tan brevísimos instantes. La previa sonrisa se transformó en un mueca sarcástica y, en cierto grado, burlesca. No obstante, eso careció de suficiente peso como para menguar notablemente la inhumanidad en mi persona, el majestuoso aire de seguridad y suficiencia de quien se siente aludido de un modo extraño e incomprensible, de alguna manera.

-¿La amargura de la pérdida?- repetí a modo de interrogante, mientras una corriente de viento levantaba tierra y unos finos granos de arena se quedaban atrapados en mi rostro- Perder es algo absolutamente natural en cada ser, sin importar su naturaleza- me respondí con satisfacción y un tono triunfal- Su amargura es la misma en cualquier ente, aunque las secuelas sean distintas. Aquel a quien mi efluvio te recordó debió ser un guerrero- concluí aguardando una respuesta ante mi aseveración, aunque casi podía asegurar lo que vendría a continuación.

¿Teoría? ¿De qué rayos hablaba? ¿Acaso osaba someterme a un análisis como si fuese un maldito vampiro? Normalmente, eso habría desatado mi ira, pero me encontraba enfrascado en un duelo intelectual sin darme cuenta, por tanto, un arrebato de cólera no sería sino una manera de admitir mi derrota de forma contundente. En lugar de ello, sustituí cualquier evidencia de asombro por un dejo de arrogancia, que, si bien no era lo más adecuado, al menos representaba un notable esfuerzo de mi parte por no despedazarla en ese sitio.

-¿Teoría? Decepcionante, pensé por un instante que enunciarías ese término en plural- declaré finalmente con pleno dominio de mis emociones... o eso suponía- No obstante, ¿acaso eso significa que me estás tratando como a un objeto de estudio, Metztli?- pregunté desafiante

Sus gestos eran un pleno desafío a mi persona, a mi experiencia y mis años morando un mundo plagado de males y muertes. Mis pensamientos me motivaban a entablar duelo con ella por aquella osadía, pero la prudencia me aconsejaba lo contrario, recordándome que pequeñeses así eran las cuales estaban mermando el número de mi especie a nivel global, aún más que la acción de los mismos vampiros... algo lamentable.

Debido a ello, preferí guardarme la ira y reemplazarla por la astucia que me proveyese el pasar de un milenio entero. Si me dejaba guiar por mis impulsos seguramente...

-Nadie te ha pedido que me entiendas, a menos que te cause demasiada curiosidad la longevidad de un ser como yo- dije sin poder evitar expresarme con un dejo de irritación, lanzando hostilidad a través de mi aura y mi mirada- Así pues, no tientes mi paciencia- añadí con fría seriedad

-Tu curiosidad podría conducirte a un terrible final, Metztli- dije con cierta seguridad y dando a mis palabras un sentido de advertencia. Por alguna razón, que realmente no me podía explicar del todo, no deseaba algo así para un cambiaformas como ella. Era brillante, sin duda, pese a que estimaba su edad en menos de un centenar de años- Y eso es deplorable para cualquiera de nuestra especie, incluso para aquellos que puedan llegar a merecerlo

Mantuve mi mirada fija en ella, no le perdería de vista, incluso cuando no tenía una razón específica para ello.

Mi corazón se sintió de una extraña manera... aquella forma de hablar era tan similar... ¡pero, habían pasado siglos! Sin temor, decidida.... me recordaba tanto a... maldije mentalmente el momento en que me había decidido ir a aquel sitio. Mis pensamientos se mostraban turbios y raros, me acechaban con fuerza, implacables.

Una gesto de confusión, aunado a una respiración irregular se manifestaron en mi antiquísimo cuerpo. Perdía la cordura, al menos un segundo, motivado por el pasado que parecía estar frente a mi, como si los fantasmas de otra era me diesen caza. Negué con la cabeza, agachando la mirada hasta contemplar la tierra debajo.

-A veces el tiempo no basta para aprender muchas cosas, elementales incluso- dije en un susurro casi inaudible, lleno de cierto tormento