Me ajusté el abrigo y continué mi camino por la larga calle paralela a la Plaza de los Pioneros. Durante los tres últimos días no hacía más que llover, noche y día el irregular repiqueteo de la lluvia contra el cristal de mi habitación me acompañaban. Cuando la soledad, el aislamiento y la sed fueron a más decidí salir para conducir a un pobre desgraciado hacia un funesto final. De momento no me encontré con nadie que mereciera la pena, el frío acompañado de la lluvia y un ocasional granizo eran suficientes motivos para que mi comida se quedara en su casa, donde, la calefacción y una buena película sustituían al frío y a los calcetines mojados que un paseo pudiera originar.
Bajé por la calle con paso lento y sosteniendo firmemente un paraguas negro lo suficientemente grande para resguardar de la lluvia a dos personas o más. No estaba muy segura ya que la temperatura de mi cuerpo era inferior a la que en esos momentos había en la calle pero me pareció que hacía mucho más frío que antes, quizás nevara. No sabía si en Seattle la nieve era tan frecuente como en Forks pero pensé que si era posible que hiciera ese frío tal vez pudiera nevar también.
Un chapoteo que se acercaba me hizo sonreír malévolamente. La comida se acercaba, olía bastante bien y tenía prisa. Pero no tanta prisa como para privar a una misteriosamente bella dama pálida de su ayuda. Una vez estuvo lo suficientemente cerca como para verme le eché un último vistazo y me aseguré de que era un hombre. Un hombre alto y joven, atractivo. Con unos brillantes ojos grises y una cálida sonrisa de dientes pequeños e imperfectos. Improvisé y tropecé a propósito con la acera. No llegué a caer al suelo ya que él me cogió en brazos. Una sonrisa dulce, una mirada coqueta y una voz aterciopelada fueron suficientes para que me siguiera son rechistar.
Le maté en una casa abandonada donde hace meses otro humano encontró su final. Su sangre cálida bajó por mi garganta dejándome con una sonrisa placentera en los carnosos labios. Me ajusté nuevamente el abrigo y salí hacia la puerta de la casa, dejando atrás al chico, ya pensaría algo para deshacerme de él. No había parado de llover, de hecho, llovía con más intensidad y la calle desierta parecía un río. Un quejido llamó mi atención, para mi sorpresa el humano no se rendía y aún vivía. Me acerqué a él, sentándome en un sillón junto a su moribundo cuerpo.
-Pero...por...qu...por qué.-le oí musitar. La herida del cuello no le dejaba hablar con claridad y tuve que hacer un mínimo esfuerzo para entender sus palabras. No me sorprendieron, era lo de siempre, "¿Por qué me haces esto"? "¿Qué he hecho?". La respuesta era también siempre la misma...
-Porque tiene que ser así.-le contesté simplemente colocando un pie sobre su garganta y presionando. Intentó apartar mi bota de su cuello en un inútil intento que le costó sus últimas fuerzas. Una vez hubo dejado de respirar contemplé el cadáver que con cara de espanto y mirada perdida yacía a mis pies- Maldito desgraciado...-quité mi pie de su cuello y limpié la bota con la vieja alfombra.
Tema: Caza nocturna 
Sáb Abr 04, 2009 1:00 pm
