Auxilio!!, me desangro

Tuve la dicha de que las calles estuviesen completamente despejadas o, mejor dicho, los caminos. De ese modo pude acelerar hasta llevar a una alta velocidad mi auto, alcanzando más de 200Km/hr en algunas rectas. Era de remarcar que mis habilidades suprahumanas jugaron un rol fundamental en no estampar el Aston Martin y ubicarme a las puertas del castillo Von Wednar sin daño alguno.

Me asombraba, pese a estar ahí por segunda ocasión en poco tiempo. Mi hijo, usando la astucia que le heredase, de algún modo, había mandado construir aquella fortaleza de la soledad en medio de aquel sitio. Sorprendente, sin duda sorprendente. Debía andarme con cuidado de ahora en adelante, sin duda, tomar más en serio a mi hijo, pese a haber hecho las paces con él.

Me acerqué al asiento de conductor, tomando a la niña. Me paré frente al comunicador y solicité ver a seprov de inmediato.

Un apacible día de nuevo, un día en el que me encontraba vagando felizmente en mi fortaleza de la soledad, echando un vistazo al piso subterráneo, admirando la increíble decoración que mis ingenieros fabricasen con sumo cuidado, siguiendo perfectamente cada una de mis instrucciones al pie de la letra, haciendome dueño de un fascinante bunker a unos pocos metros bajo la superficie del castillo.

Y ahí, en la profundidad de mi soledad, volví a ser interrumpido como unos días atrás lo fuese también. Sin embargo, lo que me sorprendió más, era que la visita se repetía, aunque esta vez parecía ser un tanto más urgente. Accedí, pues, pese a que no éramos exactamente los mejores amigos, a recibirle, pues parecía ser que no venía solo.

Pedí a Schneider abrir las puertas y hacer pasar a mi padre al salón principal. Subí de inmediato, usando el elevador que me conducía hasta el estacionamiento, mucho más cerca de la entrada. Llegué mucho más velozmente al acceso central de la fortaleza, y vi que Lucian traía a una niña en brazos... herida, al parecer.

-Schneider, trae el equipo médico, por favor- le pedí de inmediato- ¡Y tú, Alexander! ¿Qué has hecho con esa niña?- le espeté con algo de furia y mis ojos llenos de rabia.

Las puertas se volvieron a abrir, y entré con la pequeña y débil humana al lugar donde Seprov se guarecía del mundo, donde su vida estaba casi a salvo de cualquier amenaza, el lugar donde, algún día, pensaba darle muerte al fin. Caminé velozmente hasta las dos puertas, enormes puertas, que daban acceso al castillo de mi hijo. No dejaba de maravillarme lo que los humanos podían hacer cuando se lo proponían, pero tampoco iba a ensultar sus acciones.

El mayordomo me condujo hasta el recibidor, donde deposité a la niña en uno de los sillones más amplios. Al poco tiempo, Seprov entró por donde yo lo hiciese, lo cual me resultó inesperado del todo. De hecho, sus reclamos me sonaron de lo más normal en comparación con su extraña entrada al recinto. Me giré para verlo y contestar sin inmutarme.

-¡Querido, Sev! Yo también me alegro de verte nuevamente- le dije con un tono sarcástico- Sin embargo, contrario a lo que pudises pensar, he sido yo el salvador de esta pequeña. Mis motivos tengo para ello, pero, no obstante, tampoco puedo cargar con ella por ahí. Es esa la razón por la cual he venido a encomendarte su vida- observé como el mayordomo volvía, dándole un trozo de alcohol a Sev para despertar a la humana.

Escuché sin muchas ganas las palabras de Alexander, dibujando un petrea e incredula sonrisa en mi rostro. Sin embargo, de algun modo me parecía completamente convincente aquella expreión... pues,pensaba, había dispuesto de suficiente tiempo para matar a la jovencita. Pero, estaba claro, ue un proposito tenia todo, ese sujeto no era bondadoso de buenas a primeras. Me limite a callar, al tiempo que Schneider me proporcionaba el instrumental medico basico para atenderla.

Retire la frasada, observando un impacto de bala. Afortunadamente, los días en el ejército me había enseñado a como manejar las situaciones así. No había tiempo de anestecia, pues ni siquiera sabía que clase de tipo sanguíneo era. Por tanto, tendría que realizar el proceso con ella consciente, o semi consciente. Dolería, pero la salvaría la vida sin duda alguna. Le coloqué un pañueo en la boca, con tanta delicadeza como pude, rogando que no despertara. Tomé mis instrumentos, y, en cuestión de algunos minutos, la bala estaba fuera.

-Schneider, prepara el Lamborghini, tengo que llevar a esta joven al hospital- pedí mientras observaba a Alexander- Tú vete, vuelve otro día mejor-

Esbosé una sonrisa ante las palabras de Seprov. No podía decirme nada mejor que eso. De todos modos, yo no toleraba gran cosa estar en su presencia o cuidar mocosos casi muertos. Me encogí de hombros, aguardando unos momentos por si el último descendiente de la familia Von Wednar deseaba espetarme alguna cosa más. Al ver que esto no sucedía, me limité a hacer una reverencia, llevando al máximo mi sarcasmo, dedicando antes una lúgubre mirada a Iskander... no le mataba por no convertirme en los mismo que Viktor, pero los deseos seguían ahí.

-Auf Wiedersehen, mi querido hijo. Cuida bien de la humana. Nos volveremos a ver- concluí mientras desaparecía de la escena.

Alexander abandonaba mi recinto, lo cual me alegró notablemente. Le miré mientras salía del campo de visión de la habitaciçon en que nos encontrábamos. Mi padre era un hombre fascinante, sin duda, con aquel extraño porte de confianza e intimidación, la frialdad de sus pensamientos era abrumadora. Alexander era la clase de hombre que respetase y venerace alguna vez.... en un no muy distante pasado. Sin embargo, la primicia ahora era la pequeña joven que se encontraba herida en mi casa.

Pequeña, todo va a estar bien, ¿cómo te llamas? le pregunté apenas vi signos de que volvía en sí, lo cual era genial. No obstante, por mucho que fuese el dolor, debía permanecer despierta.

Schneider volvió, diciendo que esta listo el lamborghini para partir. Le di las gracias mientras terminaba de arreglar un poco la herida de bala de la joven

Sonreí alegremete, al menos la niña, Ren, ya era capaz de articular palabras. Sin duda, un buen signo de que se encontraba en un estado no tan crítico. Me debatía en un dilema sobre el hecho de transportarle en el lamborghini o llamar una ambulancia. No había tiempo que perder, y una ambulancia tomaría mucho tiempo en arribar a mis dominios. Tomé cuidadosamente a Ren entre mis brazos para llevarla al estacionamiento, donde ya estaba listo el vehículo.

-Ren, me llamo Seprov. Se que no es momento de presentaciones- dije con una sonrisa en el rostro- Pero es mejor que llevarte en silencio hasta el hospital más cercano. Dime, ¿te gusta el chocolate?- le pregunté recordando una barra que tenía guardada en el auto.

Bien, por lo menos Ren era capaz de responder a mis preguntas, incluso si sólo eran meros movimientos los que hacía para ello. Le dediqué una sonrisa mientras llegábamos a la gigantesca cochera. El flamante Lamborghini LP640 negro, con su impecable pintura y aspecto lujoso e imponente, ya aguardaba mi arribo. Abrí la puerta del copiloto, donde deposité a la pequeña, con sumo cuidado. Una vez hecho, me dirigí al lugar del conductor. Al instante, busqué la trufa de chocolate oscuro belga. Tomé el dulce y se lo ofrecí a Ren mientras el auto encendía.

-Toma, espero que te guste- dije al tiempo que el auto comenzaba a andar, encaminándonos a la entrada, de donde iríamos al hospital.

Si no me equivocaba, esa barra de chocolate le daría algunas calorías a Ren, lo cual le permitiría estar consciente por algún rato más, dándome la oportunidad de monitorear sus signos vitales mientras fuesemos de camino al hospital más cercano... el de la universidad, si no estaba completamente errado... además, en Forks moraban vampiros y no podía arriesgarme a llevarla ahí en ese estado tan complicado y peligroso.

-De nada, Ren. Cuéntame, ¿te gusta esta parte del mundo?- le pregunté mientras cruzábamos las puertas del castillo a la velocidad más alta y prudente que a la cual podía manejar bajo mis limitantes humanas, comenzando a dejar a atrás la imponente figura del mis dominios.